Una ligera
sensación de frenado acompañada de un leve temblor por el encaje me anuncia que
hemos llegado. Me dirijo hacia la esclusa principal, que se abre justo antes de
que pueda activar el intercomunicador. El jefe Marshal me mira sorprendido,
pero ya estoy acostumbrada.
—¿Elmón? ¿Ardid
Elmón?
—La misma —le
digo, mientras alargo la mano para estrechar la suya—. Y usted debe ser Hiromi…
—Soy incapaz de recordar el apellido que he leído en el dosier.
—Kobayashi,
Hiromi Kobayashi, Māsharubosu de Nihonjin. Perdón —se corrige—, jefe Marshal
para usted.
Su firme
apretón de manos acompañado de una ligera inclinación de cabeza transmite
confianza y respeto. Nos damos un repaso visual, él aún sorprendido de que la
investigadora galáctica especial que han enviado desde la Federación sea tan
joven. Aparenta unos cuarenta años y es bastante apuesto.
—Dígame, Hiromi,
¿podría ver algunas imágenes del peligro al que nos enfrentamos?
—Por supuesto,
Ardid, lo podemos ver en el Kōban de la estación. Sígame.
Tomamos varios
elevadores y recorremos una red de pasadizos laberínticos hasta llegar a un
puesto de control. Allí nos espera un joven agente que Hiromi presenta
como Nobuo Nakamura, su ayudante personal. En la sala hay tres grandes paneles
que muestran vistas de lo que supongo que es Saikaido. Con una indicación de
Hiromi, Nobuo proyecta en uno de ellos una secuencia de imágenes.
Al principio me
cuesta apreciar los detalles de lo que estoy viendo. ¡Dios! Lo que pone en el
informe no refleja ni de lejos la macabra realidad de esta acumulación de
cuerpos mutilados, reventados o ¿quizás aplastados? Es difícil escoger el
adjetivo más indicado para describir las escenas. El panel va mostrando lo que
han captado las cámaras de seguridad en todo tipo de lugares: en las calles, en
los pasillos de los edificios, en los parques, en las zonas montañosas.
—¿Han
detectado algún patrón? —pregunto disimulando mi turbación—. Nunca había visto
nada tan...
—No hay ningún
patrón —me interrumpe Hiromi a mi espalda.
Me doy la
vuelta sorprendida por su afirmación.
—Jefe Marshal…
Perdone, ¿cómo era?
—Māsharubosu.
—Māsharubosu
—sonrío—, usted sabe que siempre hay un patrón, solo hay que encontrarlo.
—No en este
caso —contesta secamente, aunque después añade en un tono más conciliador,
bajando la vista—. O, al menos, no lo hemos sabido encontrar.
—El informe
indica que los primeros ataques se dieron al aire libre. ¿Qué tipo de víctimas
eligió el agresor al principio?
Hiromi explica
que ha repasado una y otra vez los datos y todo parece indicar que esa cosa
ataca al azar. Según él, las mortales agresiones pueden alcanzar a cualquiera,
hombre o mujer, adulto o niño, civil o militar...
¿Esa cosa? Me
sorprende que Hiromi se refiera al agresor de esa manera.
—¿Cree que se
trata de un animal?
El Māsharubosu
suspira y se encoje de hombros.
—Francamente,
no sé qué pensar, no sabemos qué es lo que ataca a la gente, no se ve. —Hace un
gesto con la mano para llamar la atención de Nobuo—. Pon la secuencia del
ataque en el parque, por favor.
El panel muestra
un parque con mucha vegetación, un pequeño lago artificial y un complejo
infantil donde los niños juegan vigilados por sus padres. De repente, algunos
padres empiezan a ser despedazados por una fuerza invisible, ante la mirada
horrorizada de los demás que corren a buscar a sus hijos. Me quedo sin aliento
ante lo que veo; en poco menos de un minuto todo ser viviente es destrozado. He
de esforzarme para no apartar la vista del panel. Tomo aire antes de comentarle
a Hiromi un detalle que capta mi atención.
—Entre los
gritos me ha parecido oír palabras que se repiten de forma insistente, pero no
conozco su lengua.
—Gritan
alertando sobre el árbol, el agua, el suelo, el columpio... Es como si
atribuyeran el ataque a lo que tenían delante de sus ojos.
—Un camuflaje.
Es posible que se trate de un camuflaje militar invisible. Con el movimiento
puede parecer que los elementos del paisaje se muevan ligeramente —digo,
girando la cabeza para mirar a Hiromi y esbozando una ligera sonrisa que se me
congela al observar su expresión de desánimo.
—Fue una de
nuestras hipótesis, pero no. No es posible. La cosa ataca de un lugar a otro
casi instantáneamente. Cubre grandes distancias en pocos segundos.
—Quizás sea un
grupo de atacantes.
—No, tampoco.
Se trata de un solo atacante, nunca se dan ataques de forma simultánea. Además,
cuando ataca en el interior de los edificios, pasa de un habitáculo a otro como
si atravesara las paredes —dice, al tiempo que pone imágenes del interior de
las viviendas.
El espectáculo
de sangre y cuerpos destrozados es espeluznante. En una de las imágenes veo una
cuna… Se me atraganta la saliva, casi no puedo hablar.
—La población
debe de estar aterrorizada —digo en voz baja—. Parece que no se pueda hacer
nada para huir de esta amenaza.
Levanto la
vista para mirarle a los ojos; me saca por lo menos un palmo de altura.
—Creo que me
iría bien escuchar directamente de usted un resumen de cómo han ocurrido los
hechos, desde el principio. Es usted un buen investigador y no debo perder
tiempo en descubrir detalles que ustedes ya han analizado.
Hiromi asiente
y empieza a hablar.
—Hace cinco
días empezaron los extraños ataques en el parque central del área urbana de
Saikaido. Mandamos rápidamente una patrulla que también fue aniquilada. Después
los ataques se fueron expandiendo en diversas zonas del distrito urbano. Como
ya he dicho, en lugares muy distantes entre sí en pocos segundos, o dentro de
los edificios, pasando de un habitáculo a otro, aparentemente atravesando las
paredes. El atacante es invisible, o al menos no lo captan las cámaras, aunque parece
que las víctimas sí que ven lo que las ataca. Suki, una chica superviviente de catorce
años, vio como los cuerpos de sus compañeros de clase eran destruidos como por
arte de magia. Tiene implantado un sistema de visión artificial, porque nació
ciega. Cuando comprendimos que solo la mirada humana parecía molestar a la
cosa, mandamos patrullas con cascos opacos que trajimos de aquí, de Nihonbashi,
y funcionó. Así hemos podido investigar sin peligro a través de las cámaras de
los cascos en las zonas donde se producen los ataques. Al parecer, esa cosa no
se siente observada por las cámaras.
—Cascos opacos
—repito—. Ingenioso.
—Se utilizan
con frecuencia en los trajes espaciales para evitar las radiaciones exteriores
que los clásicos visores siempre dejan pasar en mayor o menor medida.
Sé lo que es un
casco opaco, pero no le interrumpo, pues mientras escucho a Hiromi un clic se
activa en mi mente. Conozco la sensación, sé que he captado algo, pero aún no
sé el qué. Me esfuerzo por no distraerme hurgando en mis pensamientos y
perderme otros detalles importantes de lo que Hiromi me cuenta.
—Las...
heridas, no muestran tampoco ningún patrón. En algunos casos los cuerpos
parecen aplastados; en otros, cortados quirúrgicamente o con los miembros
arrancados como a mordiscos. En algunos cuerpos se dan todas estas
características. Cuando la población entró en pánico activamos el toque de
queda, pero no sirvió de nada, porque entonces empezaron a producirse los
ataques dentro de las viviendas. Mucha gente está huyendo de Saikaido hacia
Hondō, la isla más grande de Nihonjin y también la más cercana. No hacemos nada
por impedirlo, pues esa cosa, o lo que sea, solo ataca por ahora en Saikaido.
Aun así, aún queda gente que no puede huir o no tiene el valor de intentarlo.
Al principio eran escépticos que se creían fuera de peligro, hasta que empezó a
alcanzarles el horror. La población superviviente a día de hoy está total y
absolutamente aterrorizada.
Hiromi
hace una ligera pausa y continúa.
—Durante las
investigaciones descubrimos que un experimento se puso en marcha en el
colisionador de hadrones de la universidad de Saikaido, justo el día que
empezaron los ataques. Pensamos que podría tener relación, así que cortamos la
energía de todo el complejo, a pesar de las protestas airadas de los
científicos. Sin embargo, no sirvió de nada, los ataques continuaron. Al tercer
día recibí un comunicado del mando del tercer sector de la Federación. Debía
instalarme aquí en Nihonbashi para dirigir las operaciones y también para
evitar que ninguna nave intergaláctica abandonase el planeta. Parece que nos
han puesto en una especie de cuarentena —dice, con un ligero tono sarcástico—.
También me comunicaron que enviarían a la mejor y más experimentada
investigadora galáctica especial que tienen en esta zona, Ardid Elmón.
Se hace el
silencio. Durante toda su narración parecía que su vista estaba fija en un
punto perdido en el horizonte. Ahora me traspasa con su mirada.
—Le pido
disculpas por el saludo. Sí, me sorprendió su juventud, lo lamento. Pero no
piense que subestimo su capacidad, al contrario. Deseo, de todo corazón, que
usted no defraude mis expectativas. Espero que tenga éxito, créame, porque me
siento absolutamente incapaz de resolver este caso sin ayuda.
Le sostengo la
mirada y me conmueve su sinceridad. Por lo que he leído sobre él en el dosier,
fue un excelente Māsharu en Hondō, antes de llegar a ser Māsharubosu de
Nihonjin.
—Mire, Ardid —continúa—,
en un principio pensé que se trataba de algún tipo de animal, pues durante la
noche disminuían enormemente los ataques. Necesita dormir como todos los
animales, me dije. Pero me equivoqué. Las noticias vuelan en este pequeño
planeta, seguramente debido a que los propios agentes que intervienen en la
investigación alertaron a sus familiares para que pudieran huir del peligro.
Así que, algunos lo intentaron de noche, pero todos fueron exterminados. En
algunos casos, familias enteras. Ahora la gente no sabe qué hacer. La población
está paralizada. La mayoría simplemente se queda en casa esperando la muerte.
Hemos tenido que abastecer de alimentos a secciones enteras. Todo está
paralizado: el comercio, los transportes... Sí, ya sé lo que me va a decir,
pero no disponemos de cascos opacos para toda la población, solo unos cientos,
y ahora todos están en uso, salvo una pequeña cantidad de reserva aquí en
Nihonbashi. Hemos alertado a la población de que no miren a la cosa cuando se
sientan amenazados, pues eso parece ser lo que desencadena sus ataques. Incluso
dimos indicaciones de que cerraran los ojos, pero la gente no puede estar con
los ojos cerrados indefinidamente. —Mueve la cabeza negativamente y concluye—:
Ahora ya no pienso que sea un animal, me inclino a pensar que se trata de un
ser… diabólico. Nunca creí que diría esto, pues sé que va contra toda lógica,
que parece sacado de los virtuales de terror que tanto gustan a los jóvenes.
Pero ya sabe lo que dice el refrán, cuando todo lo probable queda descartado,
lo que parece imposible debe ser la verdad.
Nos quedamos un
momento en silencio. La frase no es exactamente así, creo recordar, pero tiene
razón a medias.
—Hiromi,
entiendo su desesperación, pero «lo imposible» no sabemos en realidad de qué se
trata, solo que es de naturaleza desconocida para nosotros. No tiene por qué
ser algo diabólico o mágico, puede tener una explicación científica que aún no
comprendemos.
Otra vez el
clic; presiento que me estoy acercando a algo. De repente caigo en que estoy
desaprovechando una circunstancia evidente.
—¿En estos
momentos se están produciendo ataques?
—Es posible. Se
registran cambios importantes en la densidad del aire allí donde aparece esa
cosa. Es nuestra única pista.
Me sorprende el
comentario de Hiromi.
—Pero eso es
algo que no se detecta si no se busca intencionadamente. ¿Cómo lo sospecharon?
—Suki nos dio
la pista. Dijo que durante todo el ataque sintió como cambiaba la densidad del
aire. En algunas ocasiones le faltaba el aire para respirar, en otras sentía
una fuerte presión en los tímpanos que le causaba dolor. Además…
Observo dudas
en Hiromi, que no se decide a continuar.
—Siga,
Māsharubosu. ¿Qué le preocupa?
Hiromi se
acaricia la nuca y niega con la cabeza.
—Se habla también
de esa absurda historia del Kamaitachi.
Hago un gesto
con la mano invitándole a continuar.
—Se trata de
una antigua leyenda japonesa. El Kamaitachi es una criatura sobrenatural
invisible que tiene garras afiladas. Resulta invisible porque viaja por el aire
y los vientos, atacando a las personas a tal velocidad que el ojo no puede
verlo.
—Bueno, en
nuestro caso es al revés, ¿no? Justamente la visión humana lo capta.
—Sí, pero existe
un antiguo estudio científico que hemos encontrado, investigando sobre el tema.
Hace muchos siglos en nuestro Japón natal, en la Tierra, se produjeron una
serie de ataques a personas en sus hogares y en los campos, que se atribuyeron
al Kamaitachi. Se realizó un estudio para intentar encontrar una explicación.
—¿Y cuáles
fueron las conclusiones?
Hiromi me mira
fijamente antes de responder a mi pregunta.
—Que los
accidentes se debían a súbitos cambios locales en la presión atmosférica.
Justo entonces
Nobuo nos alerta de la detección de cambios en la densidad del aire y conecta
con las cámaras de la zona donde está pasando uno de esos horribles episodios.
Entre gritos y miradas de terror un pequeño grupo de personas sale huyendo de
un edificio, pero son destrozadas sistemáticamente por esa misteriosa fuerza
invisible. ¡Dios mío! Las piernas me tiemblan; aquello pasa justo en ese
momento y nosotros somos testigos directos. Me siento frente la consola, como
para observar mejor, disimulando el temblor de mi cuerpo. Una familia, los
padres y una niña, huyen cogidos de la mano y, de repente, se detienen entre
gritos aterradores cuando el padre empieza a ser despedazado. Contemplar algo
así sin poder hacer nada es la peor de las pesadillas para cualquier investigador.
—¡Nobuo, congele
la imagen! —grito.
Le indico que quiero
ver los rostros con detalle, pero no me puedo engañar, también necesito detener
ese dantesco espectáculo en directo. He visto cosas inimaginables como
investigadora galáctica especial, pero la impotencia que siento ante estos
hechos me supera y me golpea sin piedad. Noto que me estoy contagiando por
momentos del desánimo de Hiromi.
Nobuo hace zum sobre
la imagen parada. Observando a la madre y a la niña queda claro que están
viendo lo que las ataca. Pero no puedo contemplar por más tiempo las
expresiones de pánico de aquellos rostros desencajados y me vuelvo para hablar
con Hiromi, que está detrás de mí. Siento un momentáneo alivio al dejar de ver
a esas personas que con toda seguridad ya no existen. Presiento que esta imagen
quedará grabada para siempre en mi memoria y me provocará escalofríos cada vez
que la recuerde.
—En su informe
habla, usted, de dos únicos supervivientes. Hábleme del segundo.
—Es un anciano,
el único en sobrevivir al ataque en la segunda planta de una residencia para la
tercera edad. Pero el hombre tiene demencia senil y no recuerda o no sabe nada
de lo que pasó. Quizás estaba durmiendo cuando ocurrió.
Los clics de mi
pensamiento ya no paran de sonar. Por mi cabeza pasan a toda velocidad los
recuerdos de cuando estudiaba la carrera de cosmología galáctica. Un ejercicio
de clase que describía cómo veríamos un ser que apareciera desde la cuarta
dimensión con la analogía de cómo nos verían a nosotros los habitantes de Planilandia,
un hipotético mundo de dos dimensiones. También recuerdo las teorías sobre cómo
el observador puede determinar el estado cuántico de una partícula, colapsando
la función de onda. Le digo a Hiromi que verifique si el abuelo está ciego. Me
dice que ya lo miraron, pero en el informe médico no constaba nada. Insisto en
que le hagan una exploración. Tras un momento de duda, Hiromi asiente y
establece comunicación con el centro de operaciones de Saikaido. Después de
algunas comprobaciones, el equipo médico de la residencia confirma que sí, que
el hombre se ha quedado ciego por la edad. No lo habían detectado a causa de su
avanzada demencia.
Cojo del brazo
a Hiromi y lo acerco al panel donde aún está congelada la imagen de la madre y
la niña.
—Mire sus ojos.
¿Lo ve?
Hiromi se
acerca todo lo que puede a la imagen y pasa su mirada de la madre a la niña
alternativamente.
—No miran hacia
el mismo sitio —asiente—. La madre mira hacia arriba a la derecha y la hija en
algún punto de abajo a la izquierda.
—Exacto, si
fuera una agresión corriente las dos mirarían en la misma dirección. El agresor
no proviene de un lugar determinado, sino que parece provenir de donde están
mirando.
—Sí, resulta
curioso —asiente de nuevo.
—Otra cosa.
Cuando la población huía supongo que lo hizo utilizando una combinación de
vehículos de superficie, anfibios y aéreos. ¿Recibieron ataques dentro de los
vehículos?
—Solo en los de
superficie. Va usted muy rápido, creo que no la sigo.
—Bien, esto nos
indica que esa cosa no puede volar o al menos que necesita estar en contacto
con el medio físico que la rodea. Creo que han estado, ustedes, algo
despistados por culpa de la leyenda del Kamaitachi. Los súbitos cambios en la densidad
del aire pueden deberse a desplazamientos de materia, como cuando pasa un
vehículo a gran velocidad por nuestro lado. Es posible que para esa cosa la
materia sólida constituya su hábitat vital, como lo es la materia gaseosa, el
aire, para nosotros.
—¿Y por qué
ataca a las personas que lo ven?
—No tengo ni la
más remota idea. Pero lo importante ahora es que esa cosa no puede abandonar
Saikaido.
—¿Eso es
importante?
—Al alto mando
de la Federación del sector tres es lo que más le preocupa, créame —sonrío y
continúo—. Bien, vamos a hacer lo siguiente: hay que dar indicaciones lo antes
posible a toda la población de Saikaido para que cierren los ojos, o que se
pongan un antifaz o una venda que les impida mirar, hasta nueva orden.
—Pero, no lo entiendo.
Le he dicho que ya lo probamos…
—Hiromi, me
pediste hace un momento que te ayudara a resolver este misterio. Pero hemos de
afrontar que lo más probable es que no lo podamos resolver, escapa a nuestra
comprensión, al menos por el momento. Por tanto, debemos centrar todos nuestros
esfuerzos en neutralizar la amenaza. Si no le damos lo que necesita para
atacar, no lo hará. No hay tiempo para resolver, solo para actuar.
Acabo de darme
cuenta de que le estoy tuteando. Es buena señal, significa que me encuentro a
gusto con él y también que he recuperado la confianza en mí misma. Espero y
deseo que no le moleste.
—No lo sé,
Ardid, ¿Qué te hace pensar que esta vez va a dar un resultado diferente?
Me tutea. Sonrío
dentro de mí. Considero por un momento la posibilidad de explicar a Hiromi mis
sospechas, pero él no tiene formación científica en física cuántica ni en
cosmología. Además, anticipo una discusión en la que no soy capaz de responder
con seguridad a sus preguntas y resolver todas sus dudas. Es un investigador
con experiencia y se dará cuenta de que me muevo más por intuición que por
razonamientos analíticos.
—Confía en mí,
por favor. La clave está en la mirada, en la vista. No en evitar mirar a la
cosa, sino en el simple hecho de mirar, de ver. Creo que la cosa no ataca a
quien la ve, sino al revés; por alguna razón que desconocemos se siente
amenazada o atraída por la mirada y se dirige allí donde capta visión humana.
Si no hay mirada quizás desaparezca la amenaza. O mejor aún, quizás se alimenta
de la energía óptica humana y se muere por inanición. Ahora mismo cualquier
explicación me serviría porque no hay forma de saberlo. No es mucho, pero es lo
que tenemos. Pero esta vez la instrucción debe ser clara: debe hacerlo toda la
población a la vez, sin excepción alguna.
Hiromi me mira
evaluando todo lo que he dicho y al final asiente. Habla con Nobuo en su lengua
natal y al final mandan un comunicado al centro de operaciones de Saikaido.
Nos acomodamos
en los sillones de la sala de control, a la espera de noticias. En un principio
la espera resulta exasperante, pero poco a poco, conforme la instrucción llega
a la población, se registran cada vez menos cambios en la densidad del aire
hasta que al cabo de pocas horas prácticamente desaparecen.
Nobuo pide
permiso a Hiromi para retirarse y acostarse un rato; lleva mucho tiempo sin
dormir. Hiromi y yo aprovechamos para ponernos un poco al día de nuestras
respectivas vidas, hasta que al final surge la clásica pregunta: ¿cómo nos
hemos metido en este tipo de trabajo?
Hiromi reconoce
que en su caso fue inevitable, solo encontraba paz en su interior cuando
conseguía encajar todas las piezas de cualquier pequeño misterio. Sus padres le
alentaron a estudiar criminología en Hondō. Allí conoció a Emiko, su mujer.
Ella no podía tener hijos. A Hiromi le gustaba explicar a Emiko los detalles de
sus casos, pues con frecuencia sus inocentes preguntas y a veces sus agudas
observaciones le ayudaban en sus deducciones. Pero al final eso fue una
maldición; Emiko sabía demasiado sobre el que sería el último caso de Hiromi en
Hondō, relacionado con una organización criminal de tipo yakuza. La torturaron
hasta matarla para sacarle información.
Se instala un
incómodo silencio entre nosotros. Intento romper la tensión explicando a Hiromi
que a él le pasa un poco como a Sherlock Holmes, el legendario investigador que
creó el escritor Arthur Conan Doyle hace unos siete siglos en el planeta
Tierra. Holmes necesitaba hablar de los casos con Watson, su amigo y ayudante,
para estimularse. Por cierto, le aclaro que es de este personaje la frase que
ha citado: “Al final, cuando todo lo imposible queda descartado, lo que queda,
por improbable que parezca, debe ser la verdad.”
Le cuento un
poco también de mi vida. Mi nombre completo es Ardídome, pero siempre me han
llamado Ardid. Le hablo sobre mi espontánea capacidad para establecer
relaciones entre los datos, que muchos otros no ven. En mi caso no es tanto un
proceso de deducción, sino simplemente la observación de correlaciones y
conexiones de forma automática. Con frecuencia me molesta que otros no vean lo
que para mí resulta tan evidente. Esta habilidad innata que tengo me ha
llevado a ser la investigadora galáctica especial más joven de toda la
Federación galáctica terrestre.
Nos quedamos de
nuevo en silencio. Creo que resulta claro para los dos que entre nosotros hay
cierta química, pero ambos tenemos miedo de que un movimiento en falso rompa el
encanto. Estoy a punto de dar el paso y expresar justamente en voz alta este
pensamiento cuando en el panel de la izquierda parpadea un mensaje en
intergaláctico estándar: «Se detectan importantes cambios en la densidad del
aire en la estación orbital».
Nos quedamos
como hipnotizados por unas décimas de segundo mirando el panel.
—¡Nobuo! —grita
Hiromi por su intercomunicador—. Trae inmediatamente tres cascos opacos de la
sala de exploración exterior.
—¡Cierra los
ojos, Hiromi! Cerremos los ojos mientras llega Nobuo. Dios mío, ¿en qué me he
equivocado? —La sospecha y la evidencia se ciernen sobre mí—. Hiromi, ¿qué
significa Nihonbashi?
—Es el nombre
de un antiguo puente…
—Vale —le
interrumpo—. Es un puente en sentido literal, ¿no? Esta estación espacial
orbital es de esas que están conectadas al planeta por un sistema de ascensores
espaciales sobre estructuras de nanotubos de carbono, ¿no es así? Y, por si
fuera poco, conecta directamente con Saikaido, supongo.
—Sí, así es.
¡Claro! El Kamaitachi no puede volar, pero ha ascendido por el sistema de
nanotubos. Lo siento, no sé cómo no lo he pensado antes…
—No le des más
vueltas —paso la mano por el reposabrazos del sillón hasta alcanzar a tientas
la suya. Se la sujeto con fuerza—. Esperemos a que llegue Nobuo con los cascos.
Creo que ya sé lo que nos falta, luego te explico.
Nos quedamos
así sentados, con los ojos cerrados y cogidos de la mano, intentando captar lo
que sucede a nuestro alrededor. Pero soy de esas personas que no pueden estar
sin hablar mucho tiempo.
—Hiromi…
¿Cuántas personas hay en esta estación?
—Unas
doscientas. Pero no debes preocuparte. Todos tienen ya instrucciones de
permanecer quietos con los ojos cerrados. Se ha retransmitido por el
comunicador que todos llevamos en el oído —me tranquiliza.
Se oyen unos
pasos que se acercan con rapidez. Debe ser Nobuo.
—Aquí traigo
tres casc… Oh ¡yabai! La sala…
Se oye un
fuerte chasquido y algo líquido y caliente me salpica en la cara. El olor de la
sangre es inconfundible. Oh, no, Nobuo no se puso el casco. Era lo primero que tenía que haber hecho. Maldita sea. Aprieto la mano de Hiromi con más fuerza y me suelta. ¡Me ha
soltado la mano! Pero, ¿qué está pasando?
—¡Hiromi! —grito.
Palpo el sillón y está vacío—. ¡Hiromi! ¿Estás bien?
Oh, no, Hiromi,
Hiromi, no puedes estar muerto. Noto una presencia, la noto con fuerza, siento
como si el aire faltara en la sala y ahora de golpe noto el aire muy denso,
cargado. El Kamaitachi está aquí, está buscando una mirada. ¿Y si me he
equivocado? Estoy segura de que Hiromi no ha abierto los ojos. ¿Y si no es
suficiente con cerrarlos? Necesito encontrar uno de los cascos. Me levanto de
la silla y empiezo a gatear a ciegas tanteando con las manos. Noto un cuerpo.
Oh, ¡Dios! Es un pedazo de un cuerpo. Sigo tanteando más a la derecha, paso por
encima de un charco de sangre y tropiezo con otro cuerpo. Palpando veo que está
entero. Es Hiromi sin duda, es un cuerpo muy largo. Le miro el pulso. Está
vivo, gracias a Dios.
—¿Hiromi? ¿Me
oyes? —le susurro al oído.
Noto de nuevo
la presencia frente a mí, que me golpea con la fuerza de una onda expansiva.
Sorprendida abro instintivamente los ojos y veo un casco justo delante de mí,
algo a la izquierda. Lo cojo con rapidez, me medio incorporo y empiezo a hacer
ademán de colocármelo cuando lo veo. ¡Veo al Kamaitachi!
Pero en
realidad no sé lo que estoy viendo, no acierto a comprender… En mi mente pasan
en flases diferentes escenas de mi vida que descarto, hasta que me detengo en
una de cuando era niña. Estoy en el borde del estanque que hay en frente de
donde vivo con mis padres. Tengo unos siete años. Estoy mirando el reflejo del
bloque de pisos en el estanque. Juego dejando caer una piedrecita en el agua.
Veo como el reflejo cobra vida y el edificio empieza a ondularse. Es lo más
parecido que mi mente puede asociar a lo que estoy viendo.
Toda la sala
parece cobrar vida; no solo lo que tengo delante, sino todo en su conjunto como
si fuera una sola cosa. Justo enfrente tengo el panel con la imagen aún
congelada de la madre y la niña. Siento que voy a ser destrozada por ellas. Veo
como la imagen parece encogerse hacia atrás, junto al resto de la sala, como
cogiendo fuerzas para saltar sobre mí. Me falta el aire, casi no puedo
respirar. Todo sucede muy rápidamente, pero yo lo veo como en cámara lenta. Sé
que voy a morir. Noto un líquido que resbala por mis piernas, pero no es
sangre, me estoy orinando encima. Intento cerrar los ojos, pero no puedo, mi
vista está hipnotizada. No puedo dejar de mirar… no puedo… no puedo dejar de
colapsar la función de onda indefinidamente.
Me río de mí
misma al imaginarme explicando esto a Hiromi. Él solo podría entender lo de
cerrar los ojos o lo del casco opaco. El casco; ese pensamiento me salva la
vida. Lo sostengo aún con ambos manos sobre la cabeza. Con un gesto rápido
termino el movimiento y me lo encasqueto.
Oscuridad… Tranquilidad…
A tientas,
busco el botón que activa el casco, lo pulso y noto al instante como las lentes
opacas de conexión se anclan frente a mis ojos con una ligera sensación de
succión, como si fueran gafas de nadar y, en menos de un segundo, recupero la
visión por las dos cámaras exteriores del casco. Es como ver directamente con
los ojos, como en un sistema de realidad virtual, solo que no es mi visión
directa. Nunca había usado ninguno hasta ahora.
Busco con la
mirada y localizo otro casco. Lo recojo y me acerco a Hiromi. Veo el pedazo del
cuerpo de Nobuo a su lado y me entran náuseas que me esfuerzo por controlar.
Deduzco que es lo que impactó contra Hiromi y lo dejó sin sentido. Le coloco
con delicadeza el casco. En cuanto lo activo veo que empieza a recuperar el
sentido, porque empieza a moverse. He de contarle lo del experimento del
colisionador, pero justo en ese momento recibo órdenes desde la nave de la
Federación. Yo también tengo un comunicador en el oído.
Hiromi recupera
del todo el sentido, se medio incorpora y dice atropelladamente:
—El
experimento, debemos activar de nuevo el experimento para que el Kamaitachi
pueda irse de nuestro mundo por donde entró.
Decididamente
este hombre me gusta. Me gusta mucho. Me duele tener que mentirle.
—Hiromi, no es
tan sencillo. Necesitaríamos que alguien abriese los ojos en Saikaido para que
el Kamaitachi volviera a bajar a la isla. ¿Cómo lo haremos sin poner a nadie en
peligro? —La verdad es que no es solo una buena excusa, es también una buena
pregunta, pero supongo que con un poco de tiempo encontraría la manera.
Notamos una
fuerte sacudida en la estación. Me informan desde la nave que ya han torpedeado
la estructura de nanotubos. Ahora se hacen cargo ellos. Tenemos atrapado al
Kamaitachi en la estación orbital y quieren estudiarlo. Lo de siempre. A ver cómo
se lo explico a Hiromi. La buena noticia es que podremos dar instrucciones a la
población de Saikaido de que el peligro ya ha pasado y de que pueden abrir los
ojos. Pero también intuyo y presiento que intentar estudiar el extraño fenómeno
atrapado en la estación espacial es una grave equivocación, que estamos a punto
de entrar en una era de horror, la era Kamaitachi. Solo que este nuevo
Kamaitachi es mucho más terrible y mortífero que el de la antigua leyenda.
Muy buen relato Jordi, me atrapó la historia.
ResponderEliminarGracias Ale!
EliminarSi quieres, te mando otro por correo que pondré en breve, pero aqui en el blog no veo tu email.
Jordi