Sara se ahoga al respirar. Sabe que le queda poco,
pero aun así la veo satisfecha. Ha podido influir en algunas cosas; no
demasiadas, es cierto. Cosas que no reescribirán la historia de este mundo, sin
duda. Pero son cosas de verdad, que abren corazones, dibujan nuevos caminos y
generan buenos sentimientos. Recuerdo algunos momentos:
Tiene ocho años. Mira
aquel pajarito que no puede volar; parece que le cae un ala. Quizás la tiene
rota, piensa. Por la mañana el pajarito para un momento en la ventana de su
habitación y sale volando. Enseguida lo reconoce por la pequeña mancha que tiene
al inicio del pico. Al levantarse de la cama le falla un poco la pierna
izquierda y cae. No le da importancia. Al cabo de unos días mamá la lleva al
médico.
Tiene diez años.
Camina con cierta dificultad. Está saliendo de la escuela cuando ve al niño que
se escapa de la mano de su madre, atravesando corriendo la calle detrás de la
pelota. Sara chilla y cierra los ojos, el coche lo arrollará y no lo quiere ver.
¡Ojalá no pase! Desea intensamente. Los abre y ve al niño en manos de la madre.
El coche ni siquiera lo ha rozado. Por la noche, después de cenar, nota que le
cuesta respirar un poco. Cuando se levanta por la mañana se da cuenta de que
también le cuesta hablar.
Tiene doce años. Se
apoya en el brazo de mamá al salir de la visita trimestral del médico. En la
calle ven a una pareja discutir. De repente él la golpea y ella llora y grita,
intentando protegerse. Mamá le cierra los ojos para que no mire y llama con el
móvil a la policía mientras se alejan de allí. Por la noche Sara sueña con la
chica: ella lo deja y medio año más tarde se enamora de un chico que la
respeta. Al cabo de seis meses Sara cae y ya no puede caminar. Los médicos le
dicen que tendrá que ir siempre en silla de ruedas. Entonces lo sospecha por
primera vez.
Tiene catorce años,
está planeando con quien utilizará su poder, aunque tiene un poco de miedo.
Elige bien, ha visto una noticia en la tele. Un país en conflicto y unos padres
que huyen con un niño pequeño en brazos mientras alrededor caen bombas y suenan
disparos. Después de aquello, ya casi no puede salir de casa… ya casi siempre
en cama.
Hoy ha cumplido
dieciséis. La veo serena pese a saber que esta vez llegará el final. Me ve y me
mira sorprendida. Le pregunto si ya ha formulado el deseo. Ella mira a mamá
dormida, sentada a su lado en aquella incómoda butaca de hospital. Entiendo. Le
digo que es natural, que no es egoísta que quiera lo mejor para su familia
cuando ella se vaya.
De un salto sale de
la cama y me abraza toda contenta. No, no soy un hada, le digo, soy tu maestra.
Vaporosas e invisibles para los demás, atravesamos paredes y edificios y nos
elevamos hasta la nave arbórea que nos espera fuera de la atmósfera del planeta.
Dentro volvemos a notar la solidez de nuestros cuerpos. Sara ríe, salta y corre
alegre entre la vegetación de la sala ajardinada.
Ha pasado la prueba;
mi evaluación es positiva. Adjunto en mi informe como ha cambiado la vida de
los animales y personas que ha influenciado. Todos se han hecho merecedores de
los deseos de Sara, que ha sabido soportar las penurias del alto coste de lo que
ella llama su poder, sin saber que es un don que tenemos. No creo que haya
mejor candidata para sustituirme. Ahora puedo retirarme tranquila, pienso, y en
voz alta le digo: En el próximo mundo no recordarás nada de lo que has vivido
en este y tu don no tendrá coste; sólo el que le imponga tu ánima pura. ¡Vuela,
Sara!
Vuela Sara...ya no soportaras penurias ����
ResponderEliminarGracias Jordi..muy emotivo