Pana
Relato publicado en la antologia De locos y sombreros: Letrasbohemias en acción, de Lecturas Afull, 2023
Qué
ganas locas tengo de llegar y quitarme la mochila. Estoy cansado y diría que
tengo algo de fiebre. Tras la última curva del camino veo por fin el pueblo,
creo que es el mismo en que la otra vez perdí el bastón de trekking. Las
primeras calles no me resultan familiares, pero siguiendo las conchas encuentro
enseguida el albergue. Miro con curiosidad el bastón que hay junto a la puerta.
—Estuvo usted aquí hace dos años —comenta el recepcionista al mirar mi pasaporte del peregrino.
—Si,
pero solo pude hacer unas pocas etapas. Esta vez lo he podido organizar mejor para
hacerlo entero. Port cierto. Ese bastón
en la entrada, veo que la gente continúa dejándolos ahí cuando llegan. Yo perdí
uno idéntico aquí. Estaba colocado igual que el de afuera —digo sonriendo.
—¡Fue
usted!
Lo
miro extrañado. Alguna vez había fantaseado con la posibilidad de que el bastón
estuviera todavía ahí, pues al marchar la gente podría pensar que era de un peregrino
que todavía no había salido, pero que realmente haya podido suceder me parece del
todo inverosímil.
—
Perdone, pero me cuesta creer...
—Disculpe
don Andrés, no me he explicado. Al día siguiente pregunté a los pocos que
quedaban si era de alguien; no sería la primera vez que se dejan alguno en la
entrada. Entonces fue cuando la joven me dijo que era de usted, y que lo dejara
ahí fuera, pues estaba segura de que vendría a recogerlo. Estuve tentado de quitarlo
al cabo de una semana, pero al final lo dejé ahí. Me intrigaba saber si ella
tenía razón.
—¿Qué
joven?
—¿No
la recuerda? Una chica morena, atlética, de aspecto algo asiático… y también
muy atractiva —dice, guiñándome el ojo.
Qué
historia más curiosa. Tras cinco minutos más de conversación me doy por
vencido, no recuerdo haber hablado con nadie con esa apariencia. Como habla por
los codos, simulo que tengo que contestar un mensaje del móvil y me alejo a un
lado del local. ¡Que pesado! Me hace indicaciones de que me acerque, pero me
coloco el móvil en la oreja y le hago un gesto con la mano, que ya hablaremos después.
Sigo alejándome hasta llegar a las literas, necesito descansar un poco.
La
cena apenas me sabe a nada, parece no tener aroma ni sabor. Igual han cambiado de
empresa culinaria. Salgo un momento tras cenar y busco en el bastón la señal
que le hice en el mango; éramos muchos los que llevábamos el mismo modelo. No
hay duda, es el mío. Creo que me está subiendo la fiebre, mejor que me acueste
temprano. Mira que resfriarme justo ahora.
Me
despierto por la mañana evocando la silueta de la joven, que me dice que esta
vez no me olvide el bastón. Aún me cuesta un poco respirar, pero me siento algo
mejor ahora que he descansado. Mientras me ducho no puedo dejar de pensar en la
mujer. En el sueño tenía la sensación de que nos conocíamos de toda la vida,
pero la imagen que recuerdo es de una persona que no he visto nunca, una figura
que seguramente mi mente ha elaborado con la descripción del encargado.
Saliendo
ya del albergue el hombre se me acerca agitando las manos.
—¡Espere,
don Andrés! Casi me olvido, esto es para usted —dice dándome un sobre—. Se lo
quise dar ayer, pero andaba usted liado con el móvil. Lo dejó aquí la joven,
para que se lo diera cuando viniese a recoger el bastón. Parecía tan segura de
que usted volvería…, y al final tenía razón. ¿No le parece sorprendente?
«Para
Andrés», leo en el sobre. Lo abro y saco la hoja que hay dentro:
«Te
espero al final de la próxima etapa, pero primero tienes que plegar el bastón,
no te hará falta para ayudarte a andar. ¡Y esta vez no te lo olvides!
Pana»
Está
escrito a mano, con letra de un trazo muy elegante. Pana... Me suena este
nombre de algo, pero ahora no caigo.
—¿Cuál
es el pueblo de la siguiente etapa?
—Oh,
lo siento, no debe usted saberlo aún, mañana entra en vigor el estado de alarma
por el coronavirus y nos han comunicado que se cierran todos los albergues.
Tiene usted que ir al ayuntamiento, allí facilitarán información a los
peregrinos de cómo volver a sus casas.
Nos
despedimos y me detengo un momento fuera, pensativo. La verdad, no me viene de
gusto volver ahora a casa… Venga, está decidido, haré esta última etapa. En el
próximo ayuntamiento también me podrán dar indicaciones de cómo volver. ¿La
misteriosa mujer me estará esperando allí? Seguramente no, pero tanto da.
¡Ah!,
el bastón, lo tengo que plegar, decían las elegantes palabras escritas de Pana.
Aquí creo que se equivoca, me vuelve a doler el pecho y me cuesta un poco
respirar. Un bastón plegado no me será de gran ayuda. Bueno, por intentarlo tampoco
pierdo nada. Cuando no pueda más lo volveré a desplegar. Encontrar la manera de plegarlo es otro reto, parece
atascado.... ¡Ya está!
Me
ciega un fuerte resplandor y levanto la mano para protegerme. Poco a poco la
claridad disminuye y distingo un punto luminoso al final del camino. ¡El
camino! Es increíble, es cómo... no acierto a encontrar las palabras adecuadas.
Parece un sendero flotando entre las estrellas, con un cálido brillo que contrasta
con la negrura del espacio. Me agacho para tocarlo, es de un tacto muy suave. De
la superficie emana una neblina luminosa de un palmo de altura, que le da esa
pátina de luz tan sorprendente. Observo el recorrido y veo que al final de una
serie de curvas hay lo que seguramente debe de ser el final de la etapa: un
planeta lleno de colores, donde, ahora sí, estoy convencido que ella me espera.
¡Pana!
¿De qué me suena este nombre? ¿De la mitología griega? ¿O quizás de la nórdica?
Busco «Pana mitología» en Google, pero en el móvil no hay cobertura.
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