El portal del anhelo

 

El portal del anhelo 

Microrelato publicado en la revista La Bastarda Postmoderna nº 1, 2023

—Ya hace más de un año de tu último disco. La discográfica me presiona...

—Lo sé, Ramón, lo sé —dijo Lya, echándose la larga melena negra hacia atrás y cambiando el móvil de lado—, pero es que últimamente no se me ocurre nada original. Antes me despertaba muy a menudo con una melodía en la cabeza, que anotaba o grababa en el móvil tarareándola, para no olvidarme.

—Vaya, qué interesante. Nunca me lo habías contado. —A Lya le sonó a reproche.

—En realidad lo bueno venía después, cuando cogía la guitarra; esas notas iniciales solo eran como la mecha que prende la hoguera, incitando mi creatividad. Pero ahora...

—¿Y si te pones a improvisar, no te sale nada?

—Lo he intentado, pero no es lo mismo. Ahora siento que sueño con acordes, pero la melodía no la recuerdo, solo el eco de haberla tenido. Ojalá no olvidáramos los sueños.

—No sé, Lya, no creo que fuera buena idea recordar todo lo que soñamos, igual terminaríamos por no distinguir lo real de lo soñado y nos volveríamos majaras.

—Tienes que ayudarme, Ramón.

—¿Yo? En eso no te puedo ayudar: soy tu mánager, no tu psicólogo. No tengo ni idea de sueños. —Se hizo un silencio incómodo en la línea—. Espera, una vez leí que hay que ritualizar, como en el tenis: antes de sacar, hacen un montón de pequeños gestos, siempre los mismos.

—Sí, yo también hago algo parecido antes de tocar, pero eso es solo para concentrarme, sobre todo antes de tocar en público.

—¿Y con algún estimulante? No quisiera recordarte que tu mayor éxito hasta ahora...

—Venga, Ramón —lo interrumpió Lya—, sabes que me estoy quitando de todo eso.

—¡Pues ahí lo tienes! —De nuevo un incómodo silencio—. Vale, no he dicho nada. Déjame que piense. ¿Y si pruebas a irte a dormir con la guitarra? En lugar de ritualizar para concentrarte, lo haces para recordar los sueños. Igual eso hace que se active todo otra vez.

—No seas bruto. Cómo me voy a ir a dormir con una guitarra.

—Venga, anímate y coge confianza. Tú prueba y ya me dirás. Hablamos en unos días.

Lya se quedó pensativa tras despedirse. Era consciente de que él había insistido en aquella idea del ritual para terminar una conversación que empezaba a incomodarle. En su aparente comprensión había algo de «es tu problema, esfuérzate un poco en resolverlo». ¿Y si Ramón tenía razón? Quizás necesitara tomar algo para soñar melodías y este era el motivo por el cual ahora no le pasaba…

 

Dos días después Lya andaba curioseando en una tienda de productos artesanos y naturales, cuando se fijó en un objeto cúbico de color oscuro con extrañas inscripciones en sus caras. Una de las caras estaba abierta y en el interior se veía una puerta de doble hoja de colorido psicodélico, solo que ambas hojas estaban un poco separadas, una más atrás que la otra, de manera que dejaban entrever un paso en zigzag entre ellas. 

—¿Le gusta?

Se giró y vio a un hombre mayor, algo más bajito que ella. Dedujo que era el dueño de la tienda.

—¿Qué es?

—El portal del anhelo. Se dice que solo se fijan en él las personas que tienen una gran necesidad. ¿Qué anhela usted?

—Oh, qué historia más curiosa. Es muy bonito. ¿Cuánto cuesta?

—No está en venta. Pero puede adquirir una de estas imágenes —dijo el hombre señalando unas postales con una foto frontal del cubo.

—¡Veinte euros por una postal! —exclamó Lya al coger una y ver el preció en el reverso.

—Sí, es un poco caro, pero es solo para ahuyentar a los curiosos. Solo aquellas personas que necesitan la imagen de verdad la comprarán.

—Ya. ¿Y cómo funciona? —preguntó Lya divertida. Había que reconocer que el hombre se lo tenía bien montado.

—Tiene que mirar la imagen mientras pide su deseo.

¡Pedir un deseo! Lo de siempre. No estaba bien aprovecharse así de la gente que tenía problemas. Lya se lo quedó mirando, dudando entre marcharse sin más o decirle primero cuatro cosas, pero se sorprendió a sí misma al preguntarle:

—¿Y dónde y cuándo hay que pedir el deseo? ¿En cualquier sitio? ¿A cualquier hora?

—Eso solo lo puede saber usted, pero yo la podría ayudar si me explica cuál es su anhelo.

Sin ser demasiado consciente de hacerlo, se encontró explicándole a aquel desconocido lo mismo que le había contado a Ramón. Resultaba curioso, su secreto mejor guardado y ya se lo había contado a dos personas en tan solo dos días.

—Eso lo cambia todo. En realidad, su anhelo es algo especial —añadió el hombre.

Lya intuyó que había mordido algún tipo de anzuelo y que ahora le saldría con otro producto que, seguramente, sería más caro. Efectivamente, el hombre le explicó que para alcanzar su anhelo necesitaba, además, tomar unas gotas de una poción.

—Gracias, pero no me interesa. Prefiero no tomar ninguna sustancia extraña, he tenido algunas malas experiencias que no me gustaría revivir.

—¡Oh, no! No se trata de ninguna sustancia prohibida, créame, son solo hierbas naturales combinadas de tal forma que activan determinados receptores sensoriales, nada más. Todo completamente legal, se lo aseguro.  

Lya cogió el frasco que le mostraba y miró la composición.

—Pero aquí hay derivados de conocidos estimulantes. —Alguna cosa sabía ella del tema, por experiencia propia—. ¿Está seguro de que esto es del todo legal?

—Son derivados totalmente corrientes y que pueden adquirirse sin receta, se lo aseguro. Lo que hace que funcionen como potenciadores son las proporciones de la composición, pero eso me temo que es un secreto que no puedo revelar. Ya sabe, como la fórmula de los populares refrescos de Cola.

—Ya… ¿Y la poción cuánto vale?

—Cien euros.

Aquello era demasiado, estaba cayendo como una tonta en un timo de lo más clásico. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

—Lo siento, pero no me interesa, de verdad —dijo, arrepintiéndose de haberle contado sus preocupaciones. Por suerte el hombre no la había reconocido y pronto se olvidaría de ella.  Al principio aquello le había herido en su amor propio, pero ahora sintió alivio.  

—Espere, se lo ruego. No se marche. Le regalaré la postal si hace falta, soy un gran admirador suyo y me encantaría ayudarla.

Ya tenía la mano en el pomo de la puerta, pero no tuvo más remedio que volverse al escucharle. Eso sí que no se lo esperaba.

—¿Y la poción? —Lo puso a prueba.

—De acuerdo… y la poción también se la regalo —dijo el hombre, con un visible gesto de esfuerzo—. Pero no puede irse sin que hablemos un momento. Tengo que explicarle cómo hacerlo. Como ya le he dicho, su anhelo es algo especial.

 

  

Lya se colocó la postal en el regazo al acostarse por la noche. El dueño de la tienda había coincidido con la idea de Ramón: dadas las características de su problema, el mejor momento sería al ir a dormir. Al final le había pagado los ciento veinte euros. Al principio el hombre se había resistido a aceptar el pago, pero acabó cediendo. Era un tipo con grandes habilidades comerciales, sin duda.

Cuatro gotas del frasquito disueltas en un vaso de agua, le había dicho, cada día al acostarse, hasta que se terminara el contenido. Era un recipiente muy pequeño, como el de un colirio. Calculó que le llegaría tan solo para unos cuatro o cinco días. ¡Unos cinco euros la gota! Menudo crac el señor de la tienda.  Puso la dosis en el vaso y tras pensarlo un momento, vació todo el contenido. El hombre le advirtió de no hacerlo, pues el mundo de los sueños comentó, era un mundo desconocido con el que no se debía jugar demasiado. Pero se dijo a sí misma que un compuesto de hierbas naturales no podía hacerle ningún daño. No podía esperar más; si aquello iba a funcionar, que fuera cuanto antes.  Necesitaba ponerse a trabajar en su música ya. Se tomó el vaso de agua y se puso a mirar la imagen, cogiéndola con las dos manos. Al rato la postura le resultó algo incómoda. Además, debía tener la luz abierta para ver la postal y así difícilmente podría dormirse. Se levantó de la cama notando como la ansiedad se iba apoderando de ella. Se liaría un canuto, decidió, solo esta vez, era lo único que la tranquilizaba de verdad cuando se sentía así. Algo más tranquila, tras fumarse el porro en la cocina, se le ocurrió la solución. Volvió al dormitorio para acostarse, hizo una foto a la postal y proyectó la imagen en la SmartTV que tenía colgada en la pared de la habitación. Ahora sí podía apagar la luz; la pantalla ya se desconectaría al cabo de un tiempo al detectar que no se estaba utilizando. Se estiró del todo en la cama y fijó su vista en aquella especie de portal. Se concentró en recordar las melodías soñadas al despertarse mientras se iba adormilando, pero al rato una alerta se encendió en su consciencia, al recordar aquella conocida expresión: «no es bueno mezclar».  Quizás no había sido buena idea liarse un porro después de tomar la poción, pensó justo antes de quedarse dormida.

 

 

Lya se despertó reteniendo en su memoria una canción de Sting. La reconoció enseguida, era aquella que hablaba de la luna llena y la calle Bourbon de Nueva Orleans. Le encantaba esa melodía tristona con tintes jazzísticos. ¿Estaba su subconsciente mandándole algún tipo de mensaje? Recordaba haber leído en alguna parte que tenía que ver con lo fantástico: estaba inspirada en una famosa novela sobre vampiros. Quizás debería dedicar algunas de las letras de las canciones de su próximo álbum a temas de fantasía o ciencia-ficción.  Por lo que sabia, muchos temas basados en la literatura fantástica tenían ritmos más bien duros, pero aquella canción eran una muestra de que se podían componer temas con un tono melódico mucho más cercano a su estilo. Podría intentarlo.

Vio la llamada entrante. Era Ramón, pero no contestó, prefería hablar con él cara a cara y ver su reacción en persona a los «demo» que le envió ayer. Miró la hora, habían quedado a las once de la mañana, aún tenía tiempo de ensayar un poco. Tras ducharse y desayunar, entró en su despacho y activó el estudio virtual.  Se sentó en la silla sin respaldo y, al aparecer la Stratocaster entre sus manos, continuó con la melodía que venía trabajando los últimos días, hasta conseguir redondearla. Después indicó al sistema que reprodujera la última secuencia en modo bucle para poder colorearla armónicamente. Una nueva orden y la guitarra eléctrica virtual cambió de forma. En los acordes necesitaba rasgar las cuerdas para marcar los ritmos y prefería utilizar una acústica.

Media hora más tarde cogió el coche para ir a la ciudad, pero activó el piloto automático para poder moverse con libertad. Rebuscó en su bolso; no había nada como escribir a mano para improvisar algunas letras.  Cogió el bloc y el lápiz que siempre llevaba y lo intentó, pero lo dejó al cabo de un rato. No acertaba a dar con nada que fuera interesante. Además, ni la literatura ni el cine fantástico eran algo que le atrajera especialmente. Quizás había soñado con aquel tema por algún otro motivo. Miró en SmartGoogle. La letra de la canción de Sting hablaba de sentirse atrapado en la noche. ¿Estaría su subconsciente intentando decirle alguna otra cosa? De repente se presionó con los dedos los oídos. Oh no, otra vez aquel dichoso sonido. Tendría que ir al médico.

Ya eran casi las once. Tras dejar el coche en el aparcamiento, apresuró el paso en dirección a la cafetería donde había quedado con Ramón. Iba a abrir la puerta del establecimiento, cuando tuvo que esquivar a un chaval subido en uno de esos endemoniados monopatines voladores. Tendrían que hacer normas al respecto, como hicieron con los patines eléctricos.

Nada más entrar en el local le llamó la atención la canción que sonaba en el hilo musical. Era una canción bastante buena, con una combinación de ritmo y armonía muy bien equilibrada, aunque se sorprendió de no haberla escuchado antes: ella presumía de estar muy al día.

Ramón se levantó de la mesa nada más verla y la abrazó efusivamente. Cuando se sentaron empezó a hacerle preguntas:

—¿Qué ha pasado? ¿Lo que me enviaste ayer...?

—Deja que te explique primero y no me interrumpas, como haces siempre.

—Pero...

—Calla y escucha. El fin de semana después de tu llamada vi en una tienda de productos artesanos un objeto cúbico que parecía la entrada de una cueva, con una especie de puertas en su interior. Era algo psicodélico, de aspecto muy sugerente. Entonces se me ocurrió utilizar una foto del objeto para hacer la ritualización que me sugeriste. —Omitió deliberadamente al dueño de la tienda y su poción. Para el caso, no hacía falta entrar en detalles.   

—No recuerdo cuando te sugerí yo...

—Hace un par de meses, creo —dijo Lya, pero al ver la expresión interrogante de Ramón añadió: —Da igual. El caso es que funcionó, ¡vaya si funcionó! Pero no como yo esperaba. A partir de ese día no he necesitado recordar melodías soñadas, simplemente me pongo a improvisar con la guitarra y las notas se ordenan como por arte de magia. Por eso me he recluido unos meses, no quería que nada ni nadie me interrumpiera. Y ahora sí, ahora estoy en disposición de volver a la civilización, ya tengo suficiente material para abordar con éxito la elaboración de un nuevo álbum —dijo, y repentinamente se presionó de nuevo los oídos con los dedos.

—¿Qué te pasa?

—Estos días, de vez en cuando oigo como un sonido intermitente dentro del oído. Creo que pueden ser acúfenos. Por eso te llamé, necesito que reúnas a mi equipo para continuar, si sigo sola no sé cómo me va a afectar lo del sonido.

—¿Acúfenos? ¿Estás segura? Me parece que son sonidos continuos, no intermitentes. En todo caso, puede que estén ya afectando a tu música. Lo que me enviaste ayer...

—No me digas que no te gusta.

—Es que no entiendo lo que te está pasando Lya, de verdad. Me has mandado demos que tienen casi veinte años.

—Pero qué dices, eso es imposible, es todo nuevo. Como te he dicho, lo he estado componiendo estos meses. ¿Acaso no me estás escuchando?

—Por favor, Lya, me estás asustando.

Se oyó un grito distante y Lya se fijó en lo que sucedía tras la ventana de la cafetería. Una chica casi atropella a un transeúnte con otro de aquellos artefactos voladores.

—Ahora que caigo, ¿desde cuándo existen esos monopatines tipo Regreso al futuro?... Sí, hombre, la peli —añadió al ver su cara de sorpresa.

—¿Qué película? ¿Qué tienen de raro los monopatines? No estarás tomando nada, espero. Me dijiste que lo habías dejado hace años. Fue cuando te dieron el alta después de aquel problema que tuviste, si mal no recuerdo…, sí, fue precisamente entonces. Es curioso, después de aquello también te retirarte unos meses para componer tu nuevo álbum. —La miró visiblemente preocupado. —Mira, no sé qué broma es esta, me dijiste que tenías material para un nuevo álbum, pero este me recuerda muchísimo al de Cronomelódica, tu antiguo éxito de tintes futuristas. Por cierto… ¿Escuchas? Siguen poniendo temas del álbum.

Lya lo miró estupefacta. No entendía nada. Prestó atención al nuevo tema que sonaba en la cafetería… ¡No podía ser! Aquellos acordes formaban parte de la composición en la que había estado trabajando aquella misma mañana.  Volvió a presionarse los oídos, ahora el sonido era muy persistente. Miró a Ramón haciendo un gesto de disculpa, pero, qué extraño, ahora lo veía más mayor, y también cayó en la cuenta de que llevaba barba, bastante canosa, por cierto. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Fijó su mirada de nuevo en la ventana, donde también se proyectaba tenuemente su reflejo. Se vio a sí misma cambiada, había perdido aquel brillo juvenil, y el peinado...  ¿Dónde estaba su larga melena negra?  ¡Por Dios! ¿Qué le estaba pasando? Sintió un sudor frio extendiéndose por todo su cuerpo…

—Lya, ¿te encuentras bien? ¡Lya!

El sonido era ya insoportable.

Bip…, bip…, bip…, bip…, bip…

 

En la clínica privada, un auxiliar salió apresuradamente de un box de cuidado intensivos y entró en otro.

—¡Doctora! La joven del catorce, la cantante, por fin ha despertado. Pregunta que dónde está.

—Tranquilo, su desorientación es normal. Llama a la enfermera. Yo voy enseguida, cuando termine con este paciente.

—Es que no es solo eso, no para de pedir su guitarra, dice que la necesita urgentemente.



Al límit

 

 Al límit

Microrelat publicat en castellà a la revista La Bastarda Postmoderna nº 1, 2023 

—Ets tu, Olivia? Vine, mira, aquest és el Walternatiu —diu el Walter—. Això és una finestra a un univers paral·lel i ell és el meu Walter alternatiu. I si et poses darrere meu veuràs a... Alternolivia.

—Curiós! Fan el mateix que nosaltres.

—No, falla alguna cosa, tu portes el rellotge a la mà esquerra i l'Alternolivia a la dreta. Hauria de traspassar i arreglar-ho —diu donant cops al vidre.

—Espera! Si passes a l'altre univers, no es trencarà l'equilibri?

—Oh! Tens raó. Els dos mons podrien desajustar-se fins arribar al col·lapse.

...

―Hola, Olivia ― diu Peter al arribar a casa―. I el pare?

—Ja dormint. Però una altra vegada al límit prenent LSD, i obsessionat de nou amb això de l'univers paral·lel.

—Caram! Encarregaré un nou ...

—No cal, he arribat a temps. Per cert — diu l’Olivia aixecant el seu braç dret per mirar l'hora―, sí que arribes tard avui.




Al límite

 

Al límite

Microrelato publicado en la revista La Bastarda Postmoderna nº 1, 2023

—¿Eres tú, Olivia? Ven, mira, ese es Walternativo —dice Walter—. Esto es una ventana a un universo paralelo y él mi Walter alternativo. Y si te pones detrás mío verás a... Alternolivia.

—¡Curioso! Hacen lo mismo que nosotros.

—No, algo falla, tu llevas el reloj en la muñeca izquierda y Alternolivia en la derecha. Tendría que traspasar y arreglarlo —dice dando golpes en el vidrio.

—¡Espera! Si pasas al otro universo, ¿no se romperá el equilibrio?

—¡Oh! Tienes razón. Los dos mundos podrían desajustarse hasta llegar al colapso.

 ...

―Hola Olivia ―dice Peter al llegar a casa―. ¿Y papa?

—Ya durmiendo. Pero otra vez al límite tomando LSD, y obsesionado de nuevo con lo del universo paralelo.

—¡Vaya! Encargaré un nuevo ...

—No hace falta, he llegado antes de que lo rompiera. Por cierto — dice Olivia levantando su brazo derecho para mirar la hora―, sí que llegas tarde hoy.