El conjuro

El conjuro

Micro relato publicado en la revista Mordedor IV: https://www.robertobayeto.com/producto/revista-mordedor-4/

Entro directa hasta comedor cuando mamá abre la puerta, y me siento abatida en el sofá. Espero una serie de reproches por no venir a verla desde hace casi un año, pero se acerca y me acaricia el cabello.

–¿Qué pasa cariño?

–El conjuro, ¿recuerdas?

–Sí, pero te reíste de mí ... Aquello me dolió, ¿sabes? Lo tienes que entender, yo ya soy mayor y no quisiera que mi saber se perdiera conmigo. Tú eres la única hija que tengo– dice suspirando–. ¿Qué ha pasado?

–Esta mañana, en la reunión de equipo de la empresa, un comentario de la gerente me ha hecho pensar en el conjuro. Ahora no recuerdo por qué, pero el caso es que sin darme cuenta lo he dicho en voz baja.  Y entonces ... por unos breves momentos he visto su verdadero aspecto y el de todos los que estaban allí.

–No el suyo, el del monstruo que los domina –me aclara.

–La gerente, de repente se ha transformado en una mujer muy bella, y eso que tiene más de 60 años.

–¡Una súcubo! No te fíes, te seducirá con promesas y te traicionará cuando menos te lo esperes.

–Mi jefe parecía una especie de genio, pero con alas de murciélago y un tono de piel rojizo que daba miedo.

–¡Un Ifrit! Ten cuidado. Te manipulará para obtener poder y prestigio y se llevará todo el mérito de tu trabajo.

–Y mi compañero... era un dragón majestuoso que se movía con gran elegancia

–¡Oh! Un dragón protector. Él te quiere, pero desconfía, a veces los buenos dragones también necesitan ejercer el control, reteniéndote y no dejándote volar sola y libre. Es tal vez el monstruo más amable, pero puede ser peligroso –dice mientras se levanta–.  ¿Quieres un café?

Observándola entrar en la cocina, el conjuro no deja de venirme a la cabeza como una de esas canciones pegajosas que tarareas sin darte cuenta, y no puedo evitar decirlo. Contemplo como la majestuosa cola ondula al compás de su caminar, plegando las imponentes alas para no chocar con el marco de la puerta. Al abrir un armario para coger el bote de café, gira con elegancia la cabeza y me sonríe mientras un pequeño aliento de fuego sale por su boca, haciéndome sentir de nuevo el agradable calor del hogar donde crecí y del que tuve que huir.




 

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