Misión y rescate

 

Misión y rescate

Relato publicado en la antología Noches verdes, de Islas de papel y tinta:

https://lektu.com/l/islas-de-papel-y-tinta/noches-verdes/18554

Aspiras el aire frio del atardecer mientras admiras a tu alrededor los elevados picos nevados, rodeados de bosques frondosos. El rosado de la nieve y el rojizo de las hojas se mezcla con el penetrante azul de los troncos, formando un mosaico de colores que te parece fascinante.

Te acercas a una impresionante cascada de agua rosada mientras caminas sigilosamente entre la espesa vegetación. Todavía es pronto para encontrar un depredador, pero mejor ser prudente y no bajar del todo la guardia. Notas el cansancio de casi un día entero de búsqueda, pero ahora no puedes rendirte, sabes que estás cerca. Giras el cuerpo lentamente y barres con la mirada el terreno más cercano y entonces lo ves… Sonríes, es un inofensivo onayaq que aún no ha se ha percatado de tu presencia. De repente el mil patas, como lo llaman los niños de tribu, sale corriendo al reparar en ti, dejando a la vista, justo detrás de donde estaba, la entrada de la cueva, como si hubiera estado esperando tu llegada para indicártela. Un buen golpe de suerte, piensas, y entras por fin en la gruta encantada.

Te cuesta creer lo que estás viendo, todas esas piedras suspendidas en el aire, como por arte de magia. Alargas la mano y coges la que tienes flotando justo delante, la guardas en el zurrón, notando que tiende a elevarse por la fuerza aérea de la piedra. Después te quitas el medallón que llevas en el cuello y lo dejas debajo de donde estaba la piedra, para dejar testimonio de que fuiste tú quien la cogió de la gruta, durante la prueba.

Das un último vistazo al paisaje, fijándote en las numerosas nubes oscuras que motean el cielo de color amarillento que, al descender el sol, empieza a verse algo más anaranjado. Te dejas inundar por estos inesperados instantes de tranquilidad, tan escasos y efímeros en la vida de la tribu, llena de constantes sobresaltos. Dejas pasar unos momentos que saboreas como si fueran horas, disfrutando de las espectaculares vistas, antes de descender hacia el gran cañón y enfilar por un lado hacia el poblado, donde te espera el final del ritual de aceptación, que has superado con éxito.

Cuando sales del espeso bosque y te adentras en la llanura, ves como un extraño objeto volador aumenta de tamaño al acercarse hacia ti. No es un ave, pues vuela como si flotara en el aire, sin aleteos, planeando cerca del suelo y sin hacer ningún tipo de ruido. Súbitamente desaparece como si el suelo lo hubiera engullido y adivinas que se ha adentrado en el desfiladero.

Te acercas al precipicio y miras con prudencia. Ahí está, apoyado en un enorme saliente de roca a unos pocos metros por debajo de ti. Te preguntas de dónde ha venido y qué es.

Coges impulso y saltas sobre el curioso tejado ovalado. Te agachas para tocar la fría y oscura superficie, que notas muy lisa, casi suave y resbaladiza, pero sin serlo. Observas que a los lados hay unos grandes agujeros redondeados, pero al acércate a uno de ellos ves que tiene una especie de tapa, que tocas con prudencia con la mano. Te retiras un poco al ver que la tapa desaparece y ves un suelo inclinado que desciende al interior. Sientes que tienes que entrar, sabes que es la única opción para saber qué es, para saber qué pasa, pero antes de hacerlo coges una flecha del carcaj que tensas en el arco.

Te adentras bajando lentamente por la pendiente hasta llegar a algo parecido a una puerta que también se abre al tocarla y llegas a una gran sala, muy iluminada, donde no hay nadie. Te invade una agradable sensación de paz y relajas los brazos y el arco mientras exploras el extraño lugar con la mirada. En el centro hay una mesa ovalada y unas sillas muy curiosas que giran sobre sí mismas al tocarlas, acolchadas de manera que los cojines parecen formar parte de los asientos. Abres el zurrón y dejas la piedra encima de la mesa para tener más libertad de movimientos, pero ves cómo se eleva poco a poco empujada por su fuerza voladora, hasta quedar casi a la altura de tus ojos.

Observas despacio el resto de la sala y ves lo que parece otra puerta, te acercas y al tocarla desaparece, igual que las anteriores por dónde has entrado. Miras con cautela y ves algo que tu mente identifica como un plato de ducha. No te lo piensas, dejas el carcaj, el zurrón y el arco en un rincón y te liberas de las pieles que te protegían del frío. El agua caliente es muy agradable, nada que ver con las frías aguas del rio del gran cañon, y te maravillas al ver que es incolora, recogiéndola con las manos. El aire que te seca tiene un olor peculiar, parecido al ungüento que usan en la tribu para curar las heridas, tras las partidas de caza.

Cierras un momento los ojos y te sientes renacer…

Te vistes con el mono ajustado, abres la esclusa de estribor y subes por la rampa hasta tocar la escotilla con la mano para asomar la cabeza. Aspiras el agradable aroma del aire fresco del exterior mientras contemplas los alrededores durante un buen rato… pero no la ves. Admiras el paisaje, con esas peculiares y majestuosas cumbres nevadas de color rosa, los coloridos bosques cobrizos y azulados, las nubes plateadas y el cielo de un denso tono metálico dorado, que le dan al conjunto un curioso aspecto primaveral.

De repente, un extraño ser de muchas patas ... o quizás son tentáculos, salta sobre el techo de la nave y entra por la escotilla de babor, que dejaste abierta al entrar. Rápidamente vuelves al interior, coges un disruptor neuralitzante y te encuentras con la criatura en medio de la diáfana sala de reuniones. Al verte se asusta y sale disparada por donde ha venido, pero por algún motivo tienes la certeza de que es inofensiva y dejas que se escape.

Recoges la muestra de unobtainium que permanece suspendida por encima de la mesa y la introduces en el contenedor, que luego clausuras y etiquetas. Vas a la sala de observación para explorar con el giroscopio visual haciendo un barrido por la zona, pero no captas ningún otro movimiento más que el del ser que aún huye atemorizado.

Entras en el puente de mando, te sientas en el sillón de control y activas el cierre de las esclusas de aire abiertas, para preparar el ascenso hacia el espacio exterior. Compruebas las coordenadas de destino y ves que ya estaban programadas, tanto de ida como de vuelta. Pulsas el cuaderno de bitácora para informar del éxito parcial de la misión: has recogido la muestra, pero has fracasado en el rescate. Al hacerlo se activa un mensaje de alerta: por protocolo de seguridad de la misión, se requiere visionado de grabación exterior antes de abandonar el planeta.

Lo haces y te sorprendes al ver una joven mujer vestida con rudimentarias piezas de piel que se acerca a la nave poco después del aterrizaje. ¿Cómo no la has visto antes? ¿Quizás ha pasado cuando estabas en la cámara de desinfección?

La mujer toca con la mano la compuerta de estribor y cuando se abre coge una flecha del carcaj que tensa en el arco, preparándose para entrar. Pero no puede ser, las compuertas sólo obedecen al tacto de tus manos.

Congelas la escena y aproximas la visión tridimensional hasta reconocerla. Entonces recuerdas de golpe todo lo que acaba de pasar y lo que sucedió en el pasado ... y comprendes. Activas a distancia la señal del medallón para que emita las coordenadas de localización de la gruta y despegas mientras envías satisfecha por ansible el resultado final de la misión.



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