Fase
diurna
Relato publicado en la Antologia frikípula ARCANA SECTARIUM, de Apache libros, octubre 2022
La
nave exploradora se acerca al exoplaneta hasta colocarse en órbita
geoestacionaria, alineada con la señal baliza de socorro de la superficie. En
el puente de mando, los dos tripulantes giran sus asientos para mirar a su
capitana, que está sentada detrás.
―Quizá tendríamos que esperar al amanecer
―dice Jan.
―¡Cuidado! ―interviene Xenia―. En su
mensaje de auxilio, Nil nos advirtió que lo hiciéramos durante la fase
nocturna.
La capitana se queda pensativa durante
unos instantes y asiente.
―Sí, bajaremos ahora que todavía es de
noche ―decide Ona―. Además, para Nil, cada minuto que pase puede ser cuestión
de vida o muerte. Xenia, tú te quedarás aquí, y Jan y yo iremos con el módulo
de descenso.
―¿No sería mejor utilizar el atmosférico?
―pregunta Xenia―. Los registros indican muy buenas condiciones para el vuelo
aerodinámico.
―Nil nos advirtió de que la fase diurna
era un infierno. Mejor no arriesgarnos. Quizá topemos con altas temperaturas
que solo el módulo de descenso soportaría.
―Bosque infernal; dijo que era un bosque
infernal durante el día.
―Sí, Xenia, tienes razón. No sé qué
demonios significa eso, pero es mejor que seamos prudentes. ¡No, Jan! Nada de
armas de fuego, mejor los aturdidores eléctricos. Tenemos que reducir la
posibilidad de dañar la fauna y flora autóctonas.
El módulo de descenso sale del hangar de
la nave exploradora e inicia su entrada en la atmósfera. Aterriza unos minutos
más tarde a unos cincuenta metros del de Nil. Ona y Jan salen al exterior con
sus trajes presurizados y activan la visión nocturna para no utilizar una luz
que delate su presencia a la vida animal, si la hay.
―Mira, capi ―apunta Jan―. Su módulo está
volcado. ¡Imposible despegar así!
―Tampoco habría podido ir a ninguna parte,
su nave exploradora estaba dañada y se desintegró al entrar a la atmósfera sin
control.
Observan la escasa vegetación, formada
principalmente de matorrales bastante separados entre sí. Jan acerca la mano a
una de las plantas, pero Ona lo frena al ver que las ramas parecen querer
aferrarse a los dedos del guante. Los dos se giran lentamente y examinan lo que
les rodea. Unos pajaritos revolotean entre los matorrales y, por el suelo, unos
seres diminutos huyen al detectar su presencia.
―Aquí todo es pequeño ―dice Jan.
―Y bosque, lo que se dice bosque, no se ve
ninguno. Quizá haya uno detrás del pequeño cerro que tenemos al este.
Al acercarse al módulo volcado, descubren
un amplio círculo dibujado en el suelo. Unos metros más allá, ven también un
par de líneas paralelas que se esconden entre la removida tierra que hay cerca
de los matorrales.
Jan se agacha para repasar el círculo con
los dedos, mientras Ona se acerca a las líneas paralelas, hasta que, poco a
poco, se desdibujan.
―Estas marcas son mucho más anchas que las
del círculo.
―Parecen roderas ―dice Jan, acercándose―.
Nil debe haber transportado parte del material del módulo al exterior.
―Sí, pero aquí fuera no hay nada. Quizá
dentro del módulo encontremos algunas respuestas. Echa un vistazo por los
alrededores mientras yo exploro el interior.
Al acceder al habitáculo, Ona observa que
Nil realizó algunas reparaciones de emergencia. Todavía queda algo de energía y
procede a comprobar el registro.
―El oxígeno se le acabó hace unas cuarenta
y ocho horas ―se comunica con Jan―. Seguramente la atmósfera es respirable para
los humanos. Es la única explicación posible, pues los datos indican que logró
enviar el mensaje por ansible hace
veintidós horas. Haz una lectura ambiental para comprobarlo.
―Mis sensores indican una atmósfera
similar a la terrestre, aunque más rica en oxígeno y con indicios de un par de
componentes que no identifico. Haría falta un análisis más profundo en el
laboratorio de la nave para saberlo.
―De acuerdo. No nos quitaremos el casco.
Tenemos aire suficiente para intentar el rescate sin necesidad de exponernos a
una atmósfera no evaluada a fondo. ¿Ves algo de interés?
―Nada relevante de momento. —Se hace el
silencio—. Espera...
―¿Qué has visto? ―dice Ona asomándose
desde el módulo.
―Aquí entre los matorrales hay restos de
huesos bastante grandes..., grandes comparados con todo lo demás, quiero decir.
Como si fueran de un mamífero del tamaño de un cerdo, calculo.
Jan desactiva la visión nocturna y
enciende el foco del casco para observar mejor.
―¡Eh! Apaga esa luz.
―Solo es un momento... ¡Oh! ¿Has visto
eso?
―¿El qué?
―Me ha parecido que los arbolitos crecían
de golpe.
―Seguramente es un efecto óptico producido
por el impacto lumínico. Aunque... ¿Cuánto tiempo queda hasta el amanecer?
―De aquí a una hora y media empezará a
clarear.
―Dedicaremos, entonces, una hora para
buscar a Nil por los alrededores, pero seguiremos en visión nocturna ―dice Ona
mientras manipula el panel de control de su antebrazo―. Xenia, ¿me recibes?
―Alto y claro, capitana.
―Envía el atmosférico en modo dron y
explora un área de unos diez kilómetros de diámetro desde nuestra posición. No
creo que Nil se aventurase muy lejos, pero nunca se sabe. Nosotros nos
dividiremos para reconocer los alrededores.
―Recibido.
Al cabo de una hora, Jan encuentra restos
del traje presurizado de Nil.
―¡Capi! Creo que lo he encontrado, o más
bien lo que queda de él.
―¿Creo? ¿Qué quieres decir? Descríbeme lo
que ves.
―Su traje espacial está esparcido por la
tierra, hecho añicos, troceado. También he identificado unos huesos que parecen
humanos, pero del tamaño de un titán: el fémur mide metro y medio y es muy
grueso. De Nil no se ven restos. ¡Ah!, hay otro círculo dibujado en el suelo, y
también marcas de las roderas unos metros más adelante.
―Voy a tu posición.
―¿Capitana? ―irrumpe Xenia en el canal.
―Dime.
―He avanzado el atmosférico hasta la fase
diurna y las condiciones ambientales no me parecen infernales. Hay grandes
extensiones de bosque a pocos kilómetros de donde estáis. También me he topado
con un tipo de aves de comportamiento algo hostil, del tamaño de águilas.
Evolucionan en el aire como una plaga de murciélagos en desbandada y realizan
amagos de ataque al atmosférico.
―Gracias, Xenia. No creo que sea necesario
seguir explorando la zona, pero puedes protegernos la retaguardia cuando
volvamos al módulo, por si se nos acerca alguno de esos pajarracos.
―Recibido.
―¡Capi! ―exclama Jan.
―¿Quieres dejar de llamarme capi? ¿Qué
pasa?
―Es con afecto, capitana. También he encontrado
el cráneo del gigante. Estaba medio enterrado detrás de unos matorrales. ¿Dónde
estás? ¡Ah! Ya te veo.
―¡Jan! Pero... ¿por qué te has quitado el
casco?
―Lo siento, ya no me quedaba mucho
oxígeno. El indicador de carga ha vuelto a fallar.
―¡Hostia, Jan! Me dijiste que ya lo habías
arreglado.
―Eso creía yo, pero…
―¡No tienes remedio! Ya está empezando a
clarear, más vale que nos apresuremos ―dice Ona acercándose a las marcas del
suelo. Las anchas líneas de las roderas también se desdibujan entre la tierra
removida.
―He estado pensando… ―comenta Jan al
observarla―. Creo que, si estas marcas fueran roderas de una carretilla de
transporte del módulo, todavía se podrían ver señales del dibujo de los
neumáticos. Sin embargo, estas marcas son lisas.
―Tienes razón. Es posible que las roderas
no las haya dejado Nil.
Ona
desenfunda su aturdidor eléctrico y desbloquea el seguro. Mira a Jan expectante
hasta que este se percata y saca su arma de la cartuchera con rapidez.
―¡Ya está! ¡Eh! Y tengo la carga al máximo.
―Sonríe.
―Menos mal ―suspira Ona―. Tengamos
cuidado. Ahora veamos esos restos humanoides que decías.
Ona se acerca a los huesos de grandes
dimensiones y se arrodilla para examinar el cráneo con detalle.
―Tiene marcas de haber sido roído por
algún animal.
―No solo eso. Fíjate aquí, en el parietal:
una señal recta, posiblemente hecha con un instrumento afilado.
―Mmm..., ¿tú crees? No lo veo muy
diferente del resto. El cráneo es ciertamente de apariencia humana, pero es
colosal.
―Sí, he calculado por el tamaño del fémur
que el hombre... o mujer, vete a saber, media unos cinco metros de altura.
Ona se sorprende al observar la dentadura
y abre la mandíbula del todo hasta ver bien la reducida medida de las muelas.
Se levanta bruscamente y se gira hacia Jan.
―¡Ponte el casco, rápido!
―Pero es que apenas me queda...
―¡Jan, que te pongas el casco! Tengo un
mal presentimiento. Nil siempre presumía del elevado coste de los implantes de
las muelas que se...
―Espera. ―La interrumpe―. No consigo
ponérmelo, no me cabe ―dice empujando desde arriba con las dos manos.
Ona observa los intentos de Jan para
ponerse el casco, los matorrales de alrededor que ahora parecen más grandes,
los huesos esparcidos del gigante...
―Deja el casco y corramos hacia el módulo.
¡Deprisa, Jan! ―grita empujándolo.
Inician el retorno tan rápido como pueden
entre la cada vez más espesa vegetación, y los primeros rayos de sol del
sistema despuntan por el horizonte. Los matorrales empiezan a crecer a gran
velocidad, levantando una gran polvareda al remover la tierra en torno a los
troncos, y en pocos segundos se ven sumergidos en un denso bosque de grandes
árboles. Jan se detiene en seco, agarra el cuello de su traje de astronauta con
ambas manos y lo intenta desabrochar a la fuerza.
―Me ahogo...
Ona intenta ayudarlo, pero sin éxito.
Apoya un pie en el estómago de Jan y tira con todas sus fuerzas hacia atrás,
hasta que suena un clic y caen al suelo en direcciones opuestas. Todavía
aturdida por la caída, oye un grito ahogado y se queda paralizada al ver cómo
el traje presurizado de Jan empieza a rasgarse. Su cuerpo aumenta de tamaño a
gran velocidad mientras el ramaje de los árboles se le enrosca como si tuviera
tentáculos. Intenta moverse para ayudarlo, pero no puede porque las ramas
también han empezado a envolver su cuerpo, inmovilizándola. Prueba
desesperadamente a deshacerse de ellas, mientras contempla cómo el traje de
astronauta de Jan se rasga por completo y lo deja totalmente desnudo.
―¡Capitana! ―Escucha la voz de Xenia―.
Estoy lanzando descargas eléctricas desde el módulo atmosférico a estos bichos
alados que han empezado a atacar el atmosférico. Son de apariencia entre
dragones y murciélagos. No te gustará, pero siento informarte que desaparecen
con la descarga, se desintegran.
Ona ve por el rabillo del ojo cómo su
módulo de descenso se tumba por el crecimiento de los matorrales que lo empujan
por debajo. Por el lado izquierdo, ve cómo unos animales entre perros y
jabalíes corren en dirección a Jan. Mira hacia arriba y observa cómo varios... dracomurciélagos dan vueltas alrededor
de su posición. Uno de ellos desciende y se posa sobre la cabeza de Jan, y le
asesta una feroz dentellada en el cuello, que empieza a sangrar a borbotones.
Contempla horrorizada la chocante belleza
de la escena: las ramas que bailan de forma elegante bajo la luz que se filtra
entre los árboles, dibujando destellos en las partículas de polvo aún en
suspensión; el dracomurciélago que da
mordiscos en el cuello de Jan; los perrojabalíes
que devoran su cuerpo desnudo...
«¡BIP! Constantes en caída, respire
profundo para no perder el conocimiento». La alerta de control del traje la
hace reaccionar y se remueve bruscamente hasta conseguir desenfundar el
aturdidor. Las lágrimas que no puede enjugarse le empañan la vista, mientras
apunta como puede al dracomurciélago.
Dispara y este se reduce drásticamente a su tamaño nocturno al recibir la
descarga. Hace lo mismo con los perrojabalíes
que devoran el torso de Jan y también encogen. Continúa con los árboles que la
capturan, que menguan al nivel de matorrales.
Suspira profundamente, dudando unos
momentos al observar el cuerpo de Jan, ya destrozado e inerte. Dispara, pero su
cuerpo se reduce solo un poco de su exorbitante volumen. De repente, Jan abre
los ojos y la mira. «Ayúdame, capi», parece decir moviendo los labios en
silencio. Vuelve a disparar sobre Jan, esperanzada, pero este ya no se mueve ni
cambia de tamaño.
Se levanta y empieza a disparar descargas
intentando abrirse camino, pero el nivel de carga del arma pronto pasa del
verde al amarillo. Activa la comunicación con la nave exploradora.
―¡Xenia! No desaparecen, se hacen
pequeños. ¡Todo se hace pequeño! Dispara con el atmosférico a los árboles en la
zona donde me encuentro. ¡Apresúrate!
―¿No podéis llegar al módulo?
―Imposible, ya no sirve. Se ha tumbado,
como el de Nil ―dice Ona mientras continúa disparando ráfagas para contener a dracomurciélagos y perrojabalíes
El atmosférico aparece al cabo de unos
instantes, generando un claro de bosque con su potente aturdidor, a pocos
metros de donde se encuentra.
―¡Aterrízalo, rápido! Y abre la compuerta.
Inicia la carrera hacia el atmosférico,
notando como varios perrojabalíes la
persiguen al galope, se gira un momento y los reduce disparando con precisión.
El arma pasa a nivel rojo al entrar en la cabina.
―¡Lista!
―¿Y Jan?
Ona se coloca en el sillón de piloto,
conecta el sistema de exclusión y renovación de aire, se quita el casco y
aspira profundamente antes de contestar.
―Ha muerto ―dice con voz temblorosa―, no
he podido hacer nada para evitarlo. Nil también está muerto, hemos encontrado
su cadáver.
―Pero... ¡Cómo puede ser! ―exclama Xenia―.
¿Qué ha pasado?
―Ya te explicaré.
―Inicio el despegue.
―¡No! Ya tomo yo el control ―dice Ona
mientras se enjuga las lágrimas―. Tú empieza a programar las coordenadas de
retorno y abre la compuerta del hangar. En cuanto llegue, ejecuta el salto y
larguémonos de este puto lugar.
***
Los
cuatro machos bípedos caminan erguidos por lo alto del cerro, empujando el
carro de madera donde se sienta la hembra. Siguen el vuelo de la extraña ave
brillante, que se ha parado en medio del bosque. Ven también, en el valle, un
segundo objeto muy parecido al primero que llegó, con el exquisito alimento. Al
cabo de unos instantes, la enorme ave emprende de nuevo el vuelo con su extraño
rugido.
El pequeño grupo empieza a bajar hacia
donde se encuentran los objetos. La hembra señala la estrella en el cielo que
aún brilla en el amanecer. Las ramas de los árboles se repliegan al entrar en
contacto con su pelaje, dejándolos avanzar sin impedimento, y los animales que
devoran el nuevo alimento huyen al notar su presencia. Se detienen al llegar al
nuevo manjar caído del cielo, que es un poco más pequeño que el anterior.
La hembra baja del carro y, con un puñal
de piedra, corta el primer trozo de carne fresca. Levanta de nuevo la vista
para contemplar la estrella diurna. Se agacha, dibuja con el puñal un amplio
círculo en el suelo, y se arrodilla en su interior. Los machos la imitan
postrándose tras ella. Alzan la vista al cielo y levantan las extremidades en
señal de veneración, y la estrella, satisfecha por la señal de respeto,
desaparece.