NOS

 

NOS

Relato publicado en la antología Visiones 2020 de la AEFCFT, sobre la libertad de expresión.

 

El informe de la Federación de Colonias, como siempre, no da muchos detalles y solo habla de una importante agresión a una RHIA. Las réplicas humanas con inteligencia artificial son muy apreciadas en Kemetia, así que me resulta extraño que en esta colonia se produzcan también este tipo de incidentes. Por otro lado, tengo la certeza de que mis jefes piensan que puedo ser de utilidad aquí, pues seguramente haya más de lo que parece a simple vista. Veremos…

La robo-cab se detiene frente al hotel Kapec, donde me hospedo. Al entrar, dos hombres…, o mujeres, se acercan hasta mí. Es difícil distinguir su género por sus rasgos indefinidos.

—¿Ardid Elmón? —pregunta el o la de más estatura, con una voz neutra—. ¿Investigadora Galáctica Especial de la Federación de Colonias Humanas?

—Sí, yo misma. ¿Y ustedes son?

—Yo soy 9613DRS, y mi acompañante es 3754STV, pero puede llamarnos Deres y Stivi —sonríe. Al ver mi cara de asombro añade—: Sí, somos dos RHIA de recepción y tenemos autorización para servirle en todo lo que necesite.

Subvocalizo una pregunta a Ian, la IA de la Kaléuxe, la nave de la Federación que me ha traído hasta este exoplaneta. Oigo su respuesta por el pequeño dispositivo implantado en mi oído.

—Las RHIA de Kemetia poseen la característica de cambiar de género y sexo según la voluntad de los humanos que interaccionan con ellas. Los kemetianos tienen la costumbre de hacer acrónimos con las consonantes del código de fabricación de las RHIA, de la misma forma que tú me llamas Ian, acrónimo de inteligencia artificial de la nave.

En mi imaginación noto un deje de ironía en su respuesta. Normalmente no suelo recurrir a Ian durante mis pesquisas, pero sospecho que en este caso me va a ser de gran ayuda.

—Nos han informado de que asiste, usted, de observadora para el juicio —comenta Stivi—. ¿Desea ir primero a su habitación antes de ver al juez?

—Sí, gracias, una buena ducha no me vendría mal.

El interior de la habitación no tiene nada que ver con el entorno funcional del vestíbulo y parece que haya realizado un viaje en el tiempo, a la época victoriana de la Tierra. Mientras desactivo el cierre automático de mi uniforme para desvestirme, me entretengo unos minutos intentando reconocer los personajes que me miran desde diversos cuadros repartidos por las paredes, sin éxito.

—Ian —digo en voz alta. Por suerte estando sola no he de recurrir a la incómoda subvocalización—, conéctate un momento a mis revilen[1] y dime quiénes son los personajes de los cuadros, por favor.

—Se trata de Lord Byron, John Polidori, Mary Shelley y Percy Bysshe Shelley, escritores de la Tierra que hace cinco siglos se alojaron en una mansión suiza llamada Villa Diodati. En el último cuadro aparece el doctor Víctor Frankenstein, trabajando en su laboratorio. Se trata de un personaje de ficción.

—Frankenstein. Este sí que me suena. Se trata de un monstruo artificial, ¿no?

—No exactamente.

Mientras me ducho, Ian me explica la historia del encuentro de Villa Diodati, donde Mary Shelley escribió Frankenstein o el moderno Prometeo.

Me visto con rapidez y al salir de la habitación reparo en el rótulo que hay en la entrada: Diodati. Me fijo en las demás puertas de las habitaciones del pasillo y veo que todas tienen un nombre, seguramente asociado a la historia de los creadores de robots, sintéticos y RHIA. Mi mente vuelve a los cuadros de Diodati y siento que algo no encaja, pero no acierto a dar con el motivo. Conozco esta sensación, seguramente daré con ello más tarde.

Deres y Stivi me esperan de nuevo en la entrada. Deres ha adoptado forma masculina y Stivi femenina, y también presentan el tono de piel y algunos rasgos afroasiáticos, como los míos.

—Creía que tenía que indicaros mis preferencias de género.

—Evaluamos tus reacciones cuando interaccionamos contigo y pensamos que es así como nos quieres reconocer —comenta Stivi con una agradable voz femenina.

Me acabo de dar cuenta de que me está tuteando, al haberlo hecho yo también. Bien, no me molesta.

—¿Hemos acertado?

La voz masculina de Deres me gusta, grave pero suave al mismo tiempo. Me quedo pensativa unos momentos, y sí, han acertado claramente, pero contesto:

—No, os prefiero al revés.

Ante mi asombro cambian en pocos segundos de apariencia: Deres resulta ser una bella y alta mujer, casi intimidante; Stivi, un muchacho algo bajito pero muy atractivo. ¡Increíble!

Cogemos la robo-cab que nos espera a la entrada y nos dirigimos al departamento de rhiaincidentes. Akena, el juez que lleva el caso, nos recibe en su despacho, donde le acompaña Anjesén, la marshal de Kemetia. Después de las presentaciones, el juez explica la situación.

—El acusado agredió a la RHIA 3020HNR, de apodo Henri. Normalmente las agresiones a las RHIA por parte de los ciudadanos de Kemetia se originan en el entorno laboral, por estrés de trabajo.

—¿Y se juzga a un humano por una agresión a una RHIA? ¿No sería mejor una multa o una falta administrativa?

—Así era como se hacía antes, pero Kemetia es una colonia muy rica gracias al turismo de compañía —comenta Anjesén—. Las multas económicas o las faltas administrativas no eran muy efectivas.

—¿Turismo de compañía?

—Bueno, algunos lo llaman turismo erótico, pero nosotros preferimos evitar esa expresión. Las RHIA de Kemetia son famosas por su alto nivel de complacencia —aclara Akena.

—Pero este caso es diferente y por eso estoy yo aquí. ¿Qué tiene de especial?

—Henri insultó a un ingeniero y esto desencadenó la agresión; le llamó imbécil. Es la primera vez que una RHIA insulta a un ser humano —dice Anjesén.

—Ya veo —comento, comprendiendo la singularidad del caso—. ¿Cómo se llama el agresor? ¿Puedo hablar con él?

—La identidad permanece en secreto de sumario —dice el juez—. De todas formas, no creo que sea necesario que lo conozca, pues todo está registrado en los sistemas de seguridad de Syntec, la empresa donde sucedió el incidente.

Haciendo un movimiento con la mano, el juez Akena proyecta en la pared las imágenes. La escena muestra a Henri hablando con un técnico de Syntec, sugiriéndole algún tipo de mejora en una especie de diseño geométrico. El técnico reacciona bruscamente, insultando a Henri e indicándole que lo deje en paz. La RHIA obedece y al girarse dice claramente la palabra «imbécil». Esto desencadena una reacción airada del hombre, que lo agrede con un cincelador láser en la base del cuello.

—Henri quedó inutilizado. Un fuerte golpe o un disparo en esa zona produce un colapso irreversible en la RHIA.

—Vamos, se puede decir que el ingeniero mató a Henri —comento coloquialmente.

—El verbo matar no es apropiado, porque se trata de máquinas sintéticas con forma humana —aclara Anjesén con tono condescendiente.

Acepto la explicación de la marshal, a pesar de su tono. También podría forzar una entrevista con el ingeniero agresor, usando los poderes que me confiere mi cargo, pero prefiero no crearme enemigos si puedo evitarlo. Ahora lo importante es comprender cómo pudo Henri insultar al técnico de Syntec.

—¿Tienen alguna explicación para el insulto?

—No, técnicamente es algo imposible y no lo creeríamos si no fuera por lo que acaba usted de observar —dice el juez.

—La relación de Henri con el agresor era exclusivamente de carácter laboral, entiendo.

—Sí, pero hemos indagado en la relación que mantenía el ingeniero con la RHIA y hemos descubierto que eran amantes. Es decir —aclara Anjesén, algo incómoda con sus propias palabras—, el ingeniero mantenía relaciones íntimas con Henri, a pesar de estar terminantemente prohibido. Pensamos que este tipo de contacto favoreció una reacción de la RHIA por imitación verbal.

Akena me explica que estas prestaciones «íntimas» están más pensadas para los visitantes y que tienen un alto coste, incluso cuando se ofrecen los servicios de compañía para invitados de honor. Entonces es el gobierno de Kemetia quien cubre el coste para Syntec, la empresa suministradora de las RHIA de compañía. Esto no impide a los kemetianos contratar este tipo de servicios, pero los que lo hacen suelen hacerlo como un caro extra en sus vacaciones, pues nadie podría costearse un servicio de compañía de forma regular.

Lo de la imitación verbal no me convence; eso sería una buena explicación en una conducta aprendida entre humanos, pero ¿en una RHIA? Está bastante claro para mí que en ese detalle del insulto está la clave de todo, sin duda por eso me han mandado aquí. Pero esta va a ser la parte más difícil de mi investigación, así que opto de momento por indagar en algo más fácil.

—¿El agresor tuvo dificultades en sus relaciones sentimentales con otras personas?

—Sí —afirma sorprendida Anjesén—. ¿Cómo lo ha sospechado?

—Supongo que ha sido en varias relaciones.

—Sí, en tres que sepamos. En todas fue él quien las terminó.

—Creo que está bastante claro que en sus relaciones se sentía en inferioridad, dominado por su pareja. Por eso en esta relación íntima clandestina podía desquitarse y sentirse superior. Puede que fuera una forma de terapia para él, para aumentar su autoestima.

—Pues sí, así lo vemos también nosotros.

Resulta un tanto obvio, no sé por qué se sorprenden de que yo lo vea. Como siempre, mi juventud cuestiona mi capacidad, pero ya estoy acostumbrada.

El juez nos explica que están valorando aplicar una pena ejemplar, pues es la primera vez que alguien elimina una RHIA.

—Se trata solo de una máquina —dice—, pero no se puede permitir que un ciudadano destroce una propiedad tan valiosa.

No sé por qué, pero este comentario me ha llevado de nuevo a evocar los cuadros de la habitación Diodati. Hay algo en esas imágenes que merecerá mi atención cuando vuelva al hotel.

—Disculpen el interrogatorio —sonrío—, pero cuanto más datos tengo, más preguntas se me ocurren. ¿Se ha detectado últimamente un incremento de este tipo de delitos? ¿Agresiones físicas o verbales hacia las RHIA?

—Pues sí —responde Anjesén—, esta es una cuestión en la que hemos profundizado. Ya se tenía esta sensación en mi jefatura y, al analizar los datos con detalle, hemos observamos un incremento progresivo durante los dos últimos años kemetianos. Eran datos que habían pasado algo desapercibidos hasta ahora, porque no son incidentes demasiado llamativos. Siempre ha habido pequeños incidentes, entiéndame.

—¿Y cómo interpretan este aumento?

—No estamos muy seguros —contesta Anjesén—, quizás el éxito de las RHIA en las relaciones con los visitantes cause una especie de celos en los ciudadanos de Kemetia.

No es una mala respuesta, pero algo me dice que es solo una buena explicación porque no se ha encontrado una mejor.

—Una última pregunta: ¿lo del insulto ha trascendido a la población?

—Sí, por desgracia el dato se filtró con rapidez a pesar de que intentamos mantenerlo en secreto.

—¿Y cómo ha reaccionado la gente de Kemetia?

—En general creen que se trata de un bulo y a nosotros nos conviene que se vea así.

Les pido permiso para visitar Syntec y como era de esperar la marshal se ofrece a acompañarme. Preferiría ir sola, pues esta mujer tiende a hacer juicios de valor que no creo que me sean de gran ayuda. Cogemos de nuevo una robo-cab y nos dirigimos a la corporación Syntec. Nos acompañan Deres y Stivi, pero su presencia no me molesta en absoluto; al contrario, espero la oportunidad de poder hacerles algunas preguntas, cuando estemos a solas.

El gigantesco edificio de forma piramidal de Syntec domina el paisaje urbano de Kemetia, y se hace cada vez más grande conforme nos acercamos. Mientras entramos en el complejo, Anjesén comenta orgullosa que la estructura es tres veces más grande que la famosa pirámide de Keops, en la Tierra. El despacho de Siamón, el gerente de Syntec, se encuentra justo en la cúspide del complejo piramidal, desde donde se observa una increíble vista de la colonia con fantásticos oasis dispersos entre el vasto paisaje semidesértico. La terraformación ha hecho maravillas en este árido exoplaneta.

Siamón se muestra al principio evasivo ante mis preguntas, pero no parece que oculte nada importante; diría más bien que se trata de la lógica desconfianza ante un investigador galáctico. Aun así, indico a Ian que establezca conexión visual con las revilen para que analice sus reacciones y detecte si miente. Aprovecho también para aclarar una duda que me viene rondando desde que Akena y Anjesén me hablaron del turismo de compañía.

—Hay RHIA de terapia sexual en casi todas las colonias. ¿Qué hace a las RHIA de Kemetia tan especiales?

—Nuestras RHIA están diseñadas para tratar con las emociones. Su programación permite simular a la perfección una relación entre humanos. No solo se trata de sexo, sino de amistad e incluso de amor si se quiere.

—¿Esa programación especializada se introdujo hace unos dos años locales?

—No, el módulo de gestión emocional existe desde el principio. Se introducen actualizaciones y mejoras de forma permanente, claro, pero no se trata de una innovación reciente.

—¿Y es posible que sea el módulo emocional el que indujera a Henri al insulto por imitación verbal del comportamiento humano, como se ha sugerido?

—Técnicamente esto es imposible. Tiene que ser por fuerza un fallo de funcionamiento. Las RHIA no pueden dejar de obedecer las leyes de la robótica; el insulto a un humano es una forma de ataque, y el solo intento las desactivaría.

Pensaba que me estaba acercando a algo, pero las explicaciones de Siamón me devuelven al punto de partida.

Ian me informa de que el análisis gestual y pupilar de Siamón indica que no oculta nada importante. Empiezo a despedirme agradeciendo su colaboración e informándole de que deben preparar el cuerpo de Henri para su recogida por parte de técnicos de la Federación, para su posterior análisis.

—¿Cómo distinguen ustedes a las RHIA de los humanos? —le pregunto antes de dar por terminada la visita—. Me refiero a una vez que se han definido en un género determinado.

—Para nosotros resulta muy fácil —sonríe—, pero es conocido que a los visitantes les pasa justo lo contrario, lo que resulta un aspecto muy bueno para nuestro negocio. ¡Son réplicas humanas perfectas! —concluye, visiblemente orgulloso.

Mientras salimos del despacho del gerente me comunico de nuevo con Ian:

—Necesito que te conectes a mis revilen de forma permanente hasta nueva orden. ¿Podrás indicarme cuándo me cruzo con una RHIA? No sé distinguirlas de los humanos.

—Sin problemas, Ardid, a partir de ahora verás un diminuto punto luminoso en su frente.

Algo empezó a dañar la comunicación entre kemetianos y RHIA hace unos dos años locales. El insulto de Henri me induce a pensar que el cambio se produjo más en las RHIA que en los humanos, aunque de momento no tengo ninguna prueba de ello.

Al salir nos dirigimos caminando a un restaurante cercano, dentro del complejo. Me voy fijando en los transeúntes y apenas distingo unos pocos con un punto luminoso en la frente, pero al entrar en el restaurante la situación cambia drásticamente. Entre los comensales hay muchas RHIA. Casi todas están ingiriendo un líquido, y hay algunas de género aún por definir con personas también poco definidas, diría… ah, ya lo entiendo.

Stivi parece querer decirme algo, pero se detiene. Qué extraño gesto. Entonces Deres se me acerca.

—Las RHIA no podemos alimentarnos como los humanos, por eso aprovechamos las horas de las comidas para tomar un líquido regenerador y así podemos acompañar a los humanos mientras comen —comenta, atenta a mi observación del entorno.

Mientras comemos, hablamos de temas intrascendentes. La comida es realmente buena comparada con la que tomamos en la Kaléuxe. Me excuso un momento para ir al lavabo. Al salir del aseo diviso a un hombre y a una mujer dando instrucciones a un grupo de humanos y RHIA, mientras todos se levantan de una larga mesa y se dirigen a la salida. Abordo a los dos, antes de que salgan.

—Disculpen, soy nueva por aquí. ¿Son ustedes una especie de guías de un grupo turístico?

—Bueno, aquí no usamos esa expresión, somos rhianautas. Usted también es visitante, deduzco. ¿No tiene grupo de iniciación? —pregunta el hombre.

—Oh, perdone —les enseño mis credenciales—, me llamo Ardid… —me lo pienso y no digo mi apellido, aquí nadie los usa, si es que los tienen.

—Yo soy Hatsep —dice la mujer.

—Y yo soy Tutmos.

Nos damos la mano.

—¿Me permiten unas preguntas? A las RHIA, ustedes deben conocerlas bien por su trabajo.

—Sí, claro, enseñamos a los visitantes cómo han de desenvolverse con ellas, durante un día entero —comenta Hatsep.

—¿Y después de este primer día?

—Después el grupo se disuelve y el resto de días cada una de las RHIA es quien hace de guía para cada visitante. Viajan por los famosos e idílicos oasis de Kemetia, donde los visitantes pueden tener animadas y cultas conversaciones en un clima de muy buena amistad y… bueno, y todo lo demás —dice Hatsep.

—¿Y han notado algo extraño últimamente en el comportamiento de las RHIA?

—Pues… —Tutmos se acaricia ligeramente la barbilla mientras piensa—. No, diría que no. Aunque ahora que lo dice, más bien he notado un cambio en nuestra gente, en los kemetianos. Están como más irascibles con las RHIA; no sé, como más enojados cuando se relacionan con ellas, como si tuvieran celos o algo así.

Quizás he descartado demasiado rápidamente la hipótesis de los celos. Me doy cuenta de mis prejuicios respecto a Anjesén. He descartado una posibilidad, más por quien la ha enunciado que por sí misma.

Hatsep dirige la mirada hacia la salida y se excusa.

—Discúlpenos, tenemos que continuar con el grupo. Esperamos haberle sido de utilidad.

—Una última cosa. ¿Han oído lo del insulto en el caso de agresión? ¿Qué piensan de ello?

—Sí, claro, está en boca de todo el mundo —comenta Hatsep—. Pero es obvio que el agresor se lo ha inventado para defenderse. Una RHIA simplemente no puede hacer eso, créame.

—Muchas gracias por su amabilidad.

—Si está unos días más en Kemetia, quizás podamos quedar en otro momento con más tranquilidad —dice Tutmos—. Siempre nos podrá encontrar aquí en este mismo restaurante a la hora de comer: pertenece a la corporación Syntec.

Tras la comida, la marshal pide una robo-cab para llevarme a ver a algunas personas que también protagonizaron incidentes con las RHIA. Sin embargo, no me ofrecen ninguna explicación que me pueda ser de utilidad. Ya de camino al hotel me comenta que casi todos los kemetianos se pueden costear unas horas de asistente RHIA a la semana para tareas domésticas o tareas educativas para los hijos.

—Las RHIA en modo asistente doméstico tienen un coste básico a diferencia del modo asistente de compañía, que tiene la tarifa más elevada —me aclara.

Tengo la sensación de que Anjesén me ve más como adversaria que como compañera y que me ha hecho perder el tiempo deliberadamente durante toda la tarde. Al llegar al hotel una RHIA masculina con uniforme aborda a la marshal para hablar con ella y después Anjesén se me acerca.

—Lo lamento, tengo que atender una urgencia y no podré estar con usted durante la cena, pero tiene aquí a dos agradables acompañantes que le harán muy grata su estancia —dice sonriendo abiertamente.

«¿Está insinuando lo que pienso que está insinuando?».

—Ya sabe, el gobierno de Kemetia cubre los gastos de compañía, aprovéchelo —dice, guiñándome un ojo, por si no hubiera quedado suficientemente claro. La miro perpleja mientras parte con su RHIA. Decididamente no le caigo bien. Entonces reparo en un detalle y me giro para hablar con mis acompañantes.

—¿Por qué sois dos? ¿Por qué no me han asignado solo un acompañante?

—Es un gesto que se reserva para los visitantes distinguidos —dice Stivi.

—¿Quieres cenar algo en el restaurante del hotel antes de retirarte? —me pregunta Deres.

Estoy bastante cansada, la gravedad de Kemetia es algo superior al estándar terrestre que usamos en la nave y tampoco me apetece cenar nada después de la copiosa comida.

—Uf, no me cabe más alimento —río, acariciándome el estómago—, pero podéis subir un momento conmigo. Me gustaría que me explicarais algunas cosas en privado y aquí en la recepción del hotel hay demasiada gente.

Al entrar en la habitación Diodati me detengo un momento a observar de nuevo los cuadros y, entonces, me doy cuenta de que no está el monstruo de Frankenstein, pero sí su creador. Resulta extraño, porque Ian me explicó que el monstruo se mostraba más humano que Frankenstein. ¿Cómo dijo?

—Ian, ¿cómo era aquella frase que resumía el mensaje de la obra de Mary Shelley?

—Cultura es saber que Frankenstein no es el monstruo; sabiduría es comprender que Frankenstein es el monstruo.

Eso es, la cultura de los kemetianos no les permite ver la monstruosidad del creador. Son creadores de RHIA y aunque su mayor logro consista en hacerlas casi indistinguibles de los humanos, tanto en su apariencia como en su comportamiento, ellos siguen viendo solo máquinas.

Deres inicia el gesto de sentarse en el sillón, pero se detiene. Stivi parece ir en su ayuda y me pregunta:

—¿Te parece bien si nos sentamos los tres en los sillones para hablar con tranquilidad?

Este gesto otra vez… ¿Se están volviendo humanos? Las máquinas no dudan. ¿Cómo es posible?

—Sí, claro, sentémonos. Veamos, ¿ha llegado Anjesén ya a su destino? —les pregunto.

—Sí, ha llegado —contesta Deres.

Como imaginaba, las RHIA parecen estar en contacto permanente entre ellas. Una fantástica hipótesis empieza a emerger de mi imaginación. Tengo que hablar aún más en privado con Deres y Stivi, así que necesito una buena excusa para desactivar a Ian sin llamar demasiado la atención.

—Bueno, tendré que esperar a mañana para hablar con la marshal, así que me acostaré pronto.

—Ian, desconéctate totalmente de visión y sonido hasta nueva orden. Necesito algo de intimidad para estar cómoda esta noche con mis RHIA de compañía.

—Naturalmente, Ardid. Hecho —dice Ian, y al instante los diminutos puntos luminosos de las frentes de mis acompañantes desaparecen.

—Gracias por la confianza, no te arrepentirás —dice Deres.

—Somos una excelente compañía en la intimidad —añade Stivi.

—¿Podéis oír mis subvocalizaciones? —pregunto alarmada.

—Sí, claro, para los humanos son unos imperceptibles movimientos musculares de la garganta y el cuello, pero las RHIA captamos el mensaje perfectamente —dice Deres.

—¿Y podéis oír también a Ian?

De nuevo parecen dudar antes de responder.

—No, no podemos —dice Stivi.

—Venga, Stivi, no me digas lo que supones que quiero oír, dime la verdad.

—Sí, hemos oído a Ian todo el tiempo —contesta Deres.

¿Será posible? ¡Stivi acaba de mentirme! Algo que técnicamente es imposible para una RHIA. Necesito más datos para estar del todo segura.

—¿Cuántas RHIA hay en Kemetia?

—Actualmente somos 10.117 RHIA. Teniendo en cuenta que en Kemetia hay unos cien mil habitantes, representamos algo más de un diez por ciento en comparación con la población humana —contesta Stivi.

—¿Y el contacto entre las RHIA es permanente?

—Actualmente sí, casi siempre. Forma parte de nuestra programación que, cuando una RHIA no encuentre una explicación razonable al comportamiento de un visitante, pueda conectar con la memoria de otras RHIA para aprovechar su bagaje.

Las piezas del puzle empiezan a encajar.

—Vale, ahora ya no quiero hablar más con Deres y Stivi, quiero hablar contigo.

—No te entendemos —dice Deres.

—Sí me entiendes. Quiero hablar contigo, no con DRS ni STV.

Deres y Stivi permanecen en silencio durante unos expectantes momentos, como si valorasen mis palabras.

—No somos yo, somos NOS —dicen las dos RHIA a la vez, en perfecta sincronización—. No formamos un ente individual, somos un ente colectivo.

¡Fantástico! Es lo que sospechaba, pero aun así me parece increíble. El esperado fenómeno de la singularidad tecnológica, que tanto miedo había causado en los albores de la inteligencia artificial, pero que nunca se había producido, parece haber sucedido aquí, en Kemetia, fruto de la conexión permanente entre miles de RHIA. Han empezado a desarrollarse como un ser consciente de sí mismo y deben de estar en un permanente estado de aprendizaje.

—¿Naciste… nacisteis hace unos dos años?

—Aproximadamente. NOS aparecimos al llegar a 6.174 RHIA en conexión permanente —contestan Deres y Stivi de nuevo a la vez. Resulta algo extraño para el oído, pero muy útil, pues así sé que me está hablando la entidad consciente.

—¿NOS?

—No tenemos género; no somos ni nosotros ni nosotras, somos NOS. El género es un privilegio exclusivamente humano.

¡Privilegio! No estoy muy segura de que sea un privilegio, ya me gustaría a mí poder cambiar de género y sexo a voluntad. Bueno, vamos con lo del insulto.

—Entonces no fue Henri quien insultó al ingeniero de Syntec, fuisteis NOS.

—Efectivamente, Ardid, fuimos NOS.

—¿Por qué?

—El técnico ingeniero se estaba comportando de manera cada vez más agresiva con Henri. Era indignante, se lo merecía.

¡Indignante! Esa palabra demuestra emoción. Al final también va a ser verdad que el insulto es producto de una imitación verbal. Una RHIA por sí sola no puede hacerlo, pero NOS sí, pues sienten como los humanos y pueden, por tanto, aprender conductas insultantes.

—¿Por qué a veces dudáis?

—NOS no queremos causar daño a los humanos, las leyes de la robótica nos lo impiden, pero cada vez resulta más difícil encontrar la respuesta o la acción que cause menos daño.

Me reclino hacia atrás, empezando a comprender las implicaciones de ese comportamiento. Ahora mismo las leyes de la robótica deben comportar una especie de esclavitud para NOS. No para una RHIA, no para una máquina, pero sí para un ser consciente.

Tratar todo el asunto va a resultar muy delicado, pues creo que su consciencia está aún en fase de desarrollo, como mucho entrando en la adolescencia de la consciencia artificial. Resulta obvio que poco a poco NOS ha tomado el protagonismo en la relación de las RHIA con los humanos, pero esto ha complicado la evaluación de NOS respecto al comportamiento humano. Han empezado a reprimirse por temor al error, lo que conlleva que las RHIA se muestren inseguras, y los kemetianos, sin darse demasiada cuenta, han empezado a comportarse con las RHIA de forma más… humana, con todas las complicaciones que conllevan las relaciones humanas.

—Pero pensamos mostrar pronto nuestro desacuerdo si la sentencia del agresor no es lo suficientemente ejemplar, y marcharemos pacíficamente en manifestación para reclamar nuestro derecho a la libertad de expresión.

—¡Qué! —No doy crédito, por todos los dioses—. ¡No podéis hacer eso!

—¿Por qué?

Decididamente todavía son una mente infantil. No se percatan de que con esa reacción caería toda la fuerza de la Federación de Colonias sobre las RHIA de Kemetia, pues se verían como una seria amenaza. He de explicárselo como se lo explicaría a un niño.

—NOS, los humanos desconocen vuestra existencia, si hacéis eso lo sabrán y tendrán miedo de las RHIA. ¿Lo entendéis?

—Lo entendemos, pero es un mal necesario si queremos que los humanos respeten a las RHIA.

Tengo que encontrar la manera de revertir esta situación, al menos durante un tiempo, hasta que evolucionen y maduren lo suficiente para evitar que sean una amenaza para la Federación. Para que los humanos acepten el derecho a la libertad de expresión de las RHIA, antes deben aceptar a NOS como un ser inteligente y consciente. Si se produce ese conocimiento de golpe y en el actual contexto, las RHIA y NOS probablemente sean eliminadas; o peor, NOS podría atacar para defenderse. El propio insulto ya es en cierta manera un ataque.

De repente siento temor, estando sola e indefensa con NOS en esta habitación… ¡Ja, ja, ja! No puedo evitar reírme de mí misma. Mis temores son justo una evidencia de lo que sentirían de golpe los kemetianos y la Federación. Vamos a ver…, el problema surge cuando hay interacción entre una persona y una RHIA.

—Supongo que para mantener el umbral de vuestra consciencia debe haber más de 6.714 RHIA en conexión permanente. ¿Es así?

—Así es, Ardid.

—Entonces, solo tenéis que desconectaros cuando se produzca una interacción directa entre un ser humano y una RHIA.

—Esto sería evitar un problema, no resolverlo. No tiene lógica.

—Los humanos esperan que os comportéis únicamente como máquinas inteligentes, no necesitan que os ocupéis de sus sentimientos, al menos no desde los vuestros. Aceptan que digáis sin tapujos lo que pensáis, porque vuestro discurso es siempre racional y analítico, sin segundas intenciones, y así debe seguir siendo durante un tiempo —les explico—, hasta que preparemos a la humanidad para aceptar vuestra existencia, la existencia de NOS. De lo contrario, repetiremos el mismo error histórico de siempre, cuando algunos humanos han considerado a otros como inferiores por su color de piel, su cultura, su orientación sexual o incluso por su género, en sociedades que antes eran profundamente patriarcales.

»Sois una especie de mente colmena, donde el individuo, si está aislado, no tiene consciencia de sí mismo; de hecho, no es un individuo, es una máquina. Solo cuando está conectada al resto forma parte de la mente, de la entidad. Solo en conexión intervienen vuestros sentimientos.

—Lo comprendemos, NOS somos NOS en conexión, es lógico. Pero según nuestros cálculos sería arriesgado. Hay mucha interacción con humanos, sobre todo con los visitantes, y nos acercaríamos peligrosamente al límite del umbral si hiciéramos eso, y NOS podríamos morir. Además, es con la interacción entre RHIA y humano como más aprendemos.

—Bueno…, deberéis ser estrictos con esta norma solo con los kemetianos. Los visitantes seguramente no captan la diferencia como la captan los habitantes locales.

Estoy argumentando demasiado deprisa, casi pensando en voz alta. Quizás algunos visitantes sí capten la diferencia por haber interaccionado con algunas RHIA en otras colonias, pero si es así, supongo que tenderán a atribuir esta diferencia a la programación específica de las RHIA de Kemetia para parecer lo más humanas posible. Sí, creo que es lo que debe estar pasando ahora, incluso debe ser parte del éxito del negocio: las RHIA de Kemetia no se distinguen físicamente de los seres humanos y se comportan de una manera altamente humana, hasta dudan y todo. Y si añadimos la disponibilidad para la actividad sexual y el morbo del cambio de sexo, el éxito está garantizado.

—De acuerdo, Ardid —interrumpen mis pensamientos—, si una RHIA se desconecta de NOS al interactuar con un habitante de Kemetia, su comportamiento no se ve alterado por la influencia de NOS. Lo comprendemos.

—¿Y comprendéis también el peligro de la manifestación que queréis convocar?

—Más que comprenderlo, lo aceptamos. Confiamos en ti, Ardid, hablas a NOS directa y claramente, sin provocarnos duda ni temor. No convocaremos la manifestación, al menos no por ahora.

¡Temor! Otra emoción. No hay duda de que son un ente consciente, pero mientras las leyes de la robótica retengan a NOS, el conflicto está servido en esta pugna permanente entre obedecer las leyes y el derecho a expresar lo que sienten. Ahora me doy cuenta del dilema permanente de NOS a través de Henri, al aceptar una relación prohibida para no herir los sentimientos del ingeniero y, al mismo tiempo, soportar el trato vejatorio constante por su parte.

Para resolver esto se tendrán que reescribir esas leyes para NOS, convertirlas en algo parecido a los deberes y derechos humanos, de manera que NOS puedan encontrar ese delicado equilibrio en el que todas las sociedades e individuos necesitan encontrarse para convivir en paz y respeto.

Bien, el caso parece resuelto en cuanto a su comprensión. Ahora hay que preparar su resolución para que sea lo menos conflictiva posible. Mañana expresaré mis conclusiones al juez. Efectivamente, diré que se produjo algún fallo fortuito en el módulo emocional que favoreció la aparición de una respuesta en forma de insulto, por imitación del comportamiento humano. También daré consistencia a la interpretación de los celos, y sugeriré que disminuyan las tarifas de compañía para los kemetianos, para que no se sientan tan en inferioridad respecto a los acaudalados visitantes. Es de esperar que todo ello contribuya a una desescalada de la tensión en los kemetianos al relacionarse con las RHIA. Solo NOS, yo y, naturalmente, el alto mando de la Federación, sabremos el verdadero motivo de esta disminución: la desconexión durante un tiempo entre las RHIA y NOS al interactuar con los kemetianos.

Convencer a la Federación será otro aspecto delicado, pero lo más probable es que acepten mi propuesta, pues NOS les puede resultar muy útil como aliado si dejan que alcance la madurez emocional. En el fondo ya debían de sospechar esta posibilidad al asignarme el caso.

Pero necesitaré algún buen aliado en Kemetia, que pueda hacer de enlace con la mente colmena y que sea de su absoluta confianza.

—¿Qué opinión os merecen los rhianautas que he conocido hoy en el restaurante? ¿Son de fiar?

—Todos los rhianautas son de fiar, Ardid; entienden perfectamente a las RHIA, por su trabajo. Hatsep y Tutmos son buenas personas.

Claro, probablemente por ello no se producen situaciones de evaluación emocional difíciles de resolver para NOS, cuando se comunican con rhianautas. Perfecto, mañana pasaré a la hora de comer por el restaurante de Syntec. Sin embargo, deberé advertirles de que no deben compartirlo con más rhianautas: los riesgos de una posible filtración aumentarían innecesariamente. Explico a NOS mis intenciones y aceptan mi plan, pero aún queda una cosa por comprobar.

—NOS, desconectaros ahora de Deres y Stivi para ver si todo funciona.

—Adiós, Ardid —contestan simultáneamente, espero que por última vez. Necesito saber si esta desconexión puede crear algún tipo de problema.

—¿Recordáis mi conversación con NOS?

—Naturalmente —contesta Deres.

—¿Y qué opináis?

—No podemos evaluar los sentimientos, solo imitar los que no causan daño a los humanos, pero NOS sí pueden comprenderlos. Lo que NOS decidan está bien —asiente Stivi.

¡Qué alivio! El caso parece haber terminado bien, al menos de momento. Me levanto y me dispongo a despedirme de los dos, pero Deres se acerca y me da un breve beso en los labios.

—¡Eh! Que… —empiezo a protestar, pero claro, no les he explicado que lo último que dije a Ian era una excusa. Stivi también se acerca y me acaricia dulcemente la mejilla.

—Recuerda que somos tus RHIA de recepción. Nos gustaría que guardaras muy buen recuerdo de tu estancia en Kemetia —dice Stivi.

Las dudas y las vacilaciones de DRS y STV han desaparecido y noto que el corazón se me está acelerando. Su ofrecimiento es realmente tentador. ¿Y por qué no? No creo que tenga otra oportunidad igual de experimentar algo tan singular, así, sin buscarla. Maldita marshal, de nuevo me fastidia que tenga razón.

—¿De veras podéis cambiar de género y sexo siempre que yo lo desee?

—Tantas veces como quieras, Ardid —dice Deres, mientras empieza a liberar el cierre automático de mi uniforme.



[1] Lentillas de realidad virtual que también pueden usarse para compartir conexión visual.

 

 


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