Relato publicado en la antologia Giritos, de Distri Aslogh Ed, 2024
Una Pista
Agencia de detectives
...lee la mujer en el rótulo de la puerta del quinto primera. Pulsa el timbre y espera.
En un despacho del interior un hombre observa a la mujer en la pantalla de un ordenador: alta y atractiva, de unos treinta años, con vaqueros y chaqueta informal, lleva un bolso grande colgado del hombro. El hombre pulsa una tecla.
La mujer entra en el recibidor al abrirse la puerta, da unos pasos observando la estancia y repara en la reproducción colgada en la pared de unas tablillas de un antiguo poema sumerio. La observa detenidamente y sonríe.
El hombre se levanta del escritorio, abre el mueble bar que hay en la entrada del despacho, coge un frasco que contiene un líquido azul y un pequeño vaso, que coloca en un bolsillo de su chaqueta. Después abre un cajón anexo, coge un dispositivo alargado de color negro y unas gafas de sol, que se coloca en el otro bolsillo.
La mujer se sienta en uno de los sillones de la estancia. Unos minutos más tarde, el hombre llega al recibidor desde un pasillo y la saluda.
—Buenos días.
La mujer se levanta y observa al hombre, de unos cuarenta años, algo más bajo que ella, con barba muy oscura y bastante atractivo. Se dan la mano.
—Perdone por presentarme así, sin cita previa…
—No se preocupe —la interrumpe—. Justo al llegar usted resolví el caso en el que estaba trabajando, así que estoy a su entera disposición.
La invita a volver a sentarse y él hace lo mismo en el otro sillón. La mujer saca su monedero del bolso y le entrega una tarjeta de visita.
—Dígame… Laura. ¿En qué puedo ayudarla?
Ella le explica que desde hace unos dos meses está trabajando para el ayuntamiento en un sistema de reconocimiento facial para identificar personas en imágenes históricas del archivo local. Para probar la eficiencia de la primera versión del sistema, exploró primero en imágenes antiguas de todo el mundo y fue entonces cuando descubrió algo inesperado: una persona aparecía en algunas imágenes en diferentes lugares y épocas, desde la invención de la fotografía. Al principio pensó que simplemente había dado con un efecto tipo Doppelgänger de personas que se parecen, pero había algo sorprendente: la apariencia de ese hombre siempre era la misma, como si el paso del tiempo no lo afectara. Pensó entonces que estaba ante la prueba de la existencia de un viajero en el tiempo.
Laura guarda silencio tras su explicación y mira, expectante, al hombre.
—Efectivamente —dice este—, puede parecer una prueba de un viajero en el tiempo, y sin embargo… ¿No le resulta extraño que solo salga en fotografías antiguas? Aunque deduzco que eso ya lo había advertido. ¿Me está poniendo a prueba?
—Disculpe, tiene usted razón. La verdad es que también se me ocurrió otra posibilidad: podría tratarse de alguien que no envejeciera. Una persona aparentemente inmortal que había pasado desapercibida hasta la invención de la fotografía —dice Laura, y saca de dentro del bolso un sobre grande que sujeta con ambas manos—. El hombre aparece con frecuencia en fotografías donde salen personas famosas: Einstein, Chaplin, Dalí, Tesla, Oppenheimer, Ramón y Cajal…, aunque siempre en segundo plano. También se le ve en imágenes de sucesos extraños o de grandes descubrimientos, como el incidente OVNI de Roswell o el hallazgo de la tumba de Tutankamón. Sin embargo, a partir de la década de los cincuenta del siglo XX ya no aparece en más fotografías. Es como si se hubiera dado cuenta del peligro de salir…
—Y le gustaría que la ayudara a descubrir quién es —la interrumpe el hombre, algo impaciente.
Laura extrae algunas imágenes impresas del interior del sobre, que extiende sobre la mesita que hay frente a los sillones.
—Ahora ya más bien a confirmarlo. La imagen de usted que hay en la web de Una Pista coincide plenamente con la de esta persona —dice Laura con mirada desafiante. Con un dedo lo señala en las imágenes en blanco y negro—. Até cabos al entrar y ver en la pared las tablillas del poema de Gilgamesh. ¡Una Pista! Es usted Utnapishtim, ¿verdad? El hombre inmortal. Pero no entiendo por qué se arriesga así. Una Pista es, quizás, una pista demasiado evidente.
El hombre se levanta del sillón y da algunos pasos por la estancia, pensativo, hasta detenerse frente a la mesita.
—Al menos no me ha llamado el Noé sumerio. Un punto a su favor —dice, mientras sonríe— ¡Ah!, Gilgamesh. Un tipo curioso, pero demasiado torpe. Por suerte he conocido a personas mucho más interesantes: faraones y reyes, científicos e inventores, escritores y artistas... Aprendí cientos de idiomas e incluso, en estos últimos siglos, estudié muchas carreras.
Utnapishtim explica que sabía que era cuestión de tiempo que alguien sospechara de su existencia, por lo que tendió un anzuelo para pescar a su primer descubridor. El caso en el que él estaba trabajando al llegar ella, era, de hecho, ella misma. Creó la agencia de detectives hacía unos pocos meses solo con este propósito. Conoce el potente sistema informático que utiliza la empresa donde trabaja Laura, el Mare Nostrum, y sabe del proyecto de reconocimiento de rostros en imágenes históricas. Pero la tecnología informática avanza demasiado rápido en la actualidad como para que él la pueda dominar con suficiencia. Necesita su ayuda. Si ella introduce pequeños patrones distorsionadores en todas esas imágenes para evitar que alguien en un futuro lo descubra de nuevo, él le daría a cambio el elixir de la vida eterna.
—Aunque no la hará del todo inmortal: su cuerpo no envejecerá ni enfermará y podrá vivir muchos años, pero si alguien le dispara a la cabeza o cae desde un quinto piso, morirá. Yo adquirí la inmortalidad a los cuarenta y dos... Por cierto, conocí a Douglas Adams... —hace una pausa, pero continua al ver que Laura no pilla la referencia—. Da igual. Por lo que he visto en los perfiles de sus redes sociales, ahora tiene usted treinta y tres años. Si llegamos a un acuerdo se mantendrá así de joven durante cientos o incluso miles de años. ¿Qué me dice?
Laura se queda pensativa durante unos momentos.
—¿Y si me niego?
—Sabe… —dice Utnapishtim mientras saca del bolsillo izquierdo de la chaqueta las gafas de sol y el dispositivo alargado—. También conocí a los guionistas de la película Men in Black. Fui yo quien les dio la idea del neuralizador.
—Un momento—dice Laura, al reconocer el dispositivo—. Si eso funciona de verdad, solo olvidaré lo que ha pasado ahora aquí, no todo mi trabajo.
—Precisamente les propuse incorporar un selector de tiempo, pero para el efecto que querían en la película consideraron que no era necesario. Les obligaba a dar demasiadas explicaciones al espectador —dice, mientras se pone las gafas y ajusta una rueda del dispositivo hasta llegar al punto que marca dos meses.
—De acuerdo, acepto —dice Laura, resignada.
Utnapishtim saca del otro bolsillo de la chaqueta el frasco y el vasito, en el que vierte unas gotas del líquido azul.
—Quiero que vea que soy una persona de palabra y no la estoy engañando. La invito a que tome unas gotas del elixir para que pueda comprobar sus efectos.
Laura acepta el vasito que Utnapishtim le ofrece y, con cierta vacilación, se lo lleva a los labios.
—No noto nada especial.
Utnapishtim se agacha frente a ella, abre un pequeño cajón que hay debajo de la mesita y extrae un cuchillo.
—Deme la mano —dice, y añade al ver su expresión de temor—: Tranquila, no le voy a hacer ningún daño.
Cuando Laura extiende la mano izquierda, Utnapishtim le hace un pequeño corte en un dedo.
—¡Au! —exclama Laura—. Usted dijo que...
—Mire la herida —la interrumpe.
Atónita, Laura observa cómo el corte se cierra, como por arte de magia.
—Supongo que me ha dado solo unas gotas para que su efecto desaparezca al cabo de poco tiempo.
—Buena observación —asiente Utnapishtim—. Para lograr un efecto permanente hay que beber todo el contenido del frasco, algo que usted solo podrá hacer si cumple con lo que le he pedido.
—Pero necesitaré acceder de forma remota al Mare Nostrum.
—Pasemos a mi despacho —la invita Utnapishtim—. Allí dispongo de un potente ordenador de última generación con el que podrá conectarse.
Los dos se adentran en el pasillo hasta llegar al despacho. Al entrar, Laura deja el bolso en un colgador que hay junto a la puerta y se dirige al escritorio donde está el ordenador sobre mesa. Utnapishtim se sirve un wiski del mueble bar y se sienta en el sillón que hay en un rincón del despacho.
Tras un par de horas de trabajo, Laura se hecha hacia atrás en la silla y estira los brazos.
—¡Ya he terminado! No es que fuera demasiado difícil, pero ha sido mucho más laborioso de lo que pensaba.
—¿Está del todo segura de que funcionará?
—La duda ofende, señor Utnapishtim —dice Laura, visiblemente satisfecha.
Este asiente, se levanta y se dirige de nuevo al mueble bar. Abre el cajón anexo y coge una pistola,
—Lo siento. Dejar testigos de mi existencia seria correr un riesgo excesivo. ¿Qué prefiere, saltar de un quinto piso por la ventana, o que le dispare a la cabeza?
Laura se levanta, asustada, mira la ventana y después mira de nuevo a Utnapishtim.
—No me mate, por favor —dice, con voz temblorosa—. Utilice conmigo ese dispositivo de Men in Black para que olvide todo esto.
Utnapishtim se ríe a carcajadas.
—Siento defraudarla, pero ahí también le he mentido —dice y niega con la cabeza—. Es usted más crédula de lo que pensaba. Ese chisme no hace nada. Solo quería evitar que se asustara demasiado antes de cumplir su tarea. No hubiera sido muy inteligente por mi parte amenazar de entrada con matarla si no accedía a ayudarme.
Ella mira de nuevo a la ventana.
—No puedo hacerlo, lo siento —dice cerrando los ojos.
Utnapishtim se acerca unos pasos y le dice en voz baja:
—Mire, no todo lo que le he dicho es falso. Aunque es poco probable que pueda sobrevivir a un disparo en la cabeza o a caer de un quinto piso, los efectos del elixir pueden aún ser efectivos… Me refiero a la caída, claro. Del disparo no sobreviviría ni yo. Pero debe darse prisa, porque ya han pasado más de dos horas.
Laura se asoma a la ventana, que da a la calle.
—No creo que pueda —dice, sollozando.
—Yo la voy a animar. Contaré hasta diez y si al terminar aún no ha saltado le dispararé. Esta sala está insonorizada, no solo para evitar los molestos ruidos de la calle, sino también los de los vecinos. Empecemos: Uno…, dos…,
Pero la expresión de Laura cambia de golpe del miedo a la frialdad.
—Si me mata, el cambio que he realizado en el sistema de reconocimiento dejará de funcionar. He introducido una cuenta atrás. Véalo usted mismo —dice y señala la pantalla.
Utnapishtim dirige su mirada al ordenador y después a Laura.
—No te creo. Es un farol. Solo estas intentando ganar tiempo —dice, tuteándola.
—Pues mátame —Le tutea también Laura.
Se hace un incómodo silencio. Finalmente, Utnapishtim le hace gestos con el cañón de la pistola para que se aparte. Laura retrocede de espaldas hacia la puerta de la habitación. Utnapishtim se inclina un poco para ver la pantalla.
—Está en la esquina inferior izquierda —le indica ella.
—Mmm…ah, sí. Es esta ventana pequeña…—dice y se inclina para observar mejor.
Ve un pequeño cuadro de diálogo con una cuenta atrás y la solicitud de una contraseña. Laura aprovecha que él está concentrado en la pantalla para alargar la mano hacia el bolso colgado en el perchero y sacar una pistola. Cuando Utnapishtim levanta la vista se encuentra con el arma apuntándole.
—He venido preparada. Deja la pistola encima de la mesa —dice, con un tono de voz frio y calculador.
—Vaya, veo que además de buena informática eres también buena actriz. Ya no lloriqueas. —dice Utnapishtim con el arma a medio levantar, indeciso, pero algo en la mirada de Laura parece convencerle y termina por dejarla encima del escritorio.
Laura esboza una sonrisa de satisfacción.
—De pequeña participé en el grupo de teatro de la escuela.
Laura saca otro sobre de dentro del bolso, se acerca a Utnapishtim y se lo tiende. Este lo coge y extrae tres imágenes en blanco y negro que deja encima del escritorio.
—¡Más fotografías!
Aunque diferentes, las tres imágenes muestran una situación muy parecida: una mujer tendida en la acera de una calle con un gran charco de sangre bajo su cuerpo. Hay también transeúntes que algunos policías intentar mantener alejados de la escena.
—En todas sales tú, como un mirón más —Laura lo señala en las imágenes—. Supongo que ellas pasaron por algo parecido a lo que me ha pasado a mí, antes de saltar por una ventana. Después bajabas para comprobar que realmente habían fallecido.
Utnapishtim dibuja una amplia sonrisa en su rostro.
—Reconozco que en otros momentos de mi vida he necesitado de la ayuda de otras personas. Para sobrevivir tantos años no basta con ser inmortal. Aprendes a no tener escrúpulos para conseguir lo que buscas. ¿Tú los tienes?
—No para matarte.... ¿Y a qué viene esa estúpida sonrisa?
—Me estaba riendo de mi mala suerte. Ahora es cuando me dices que alguna de ellas es un antepasado tuyo.
—Pues no es el caso.
Laura se pasa el arma a la mano izquierda y recoge de la mesa la pistola de Utnapishtim.
—¡Espera! Olvidas que he registrado tu entrada cuando has llamado a la…
—Ahora eres tú quien intenta ganar tiempo —lo interrumpe—. Obviamente lo borré cuando estaba trabajando en tus imágenes.
—No puedes matarme. Reviviré.
—Dijiste que ni tú mismo sobrevivirías a un disparo en la cabeza.
—¡Te mentí de nuevo!
—No lo creo. Solo mientes cuando te es útil y ese comentario se te escapó. —Lo mira con desprecio—. Lástima. A pesar de todo me caías simpático.
Laura dispara a Utnapishtim en la sien con su propia arma. Saca un pañuelo de un bolsillo de los baqueros y limpia cuidadosamente el teclado, el ratón y la pistola de Utnapishtim, que coloca en su mano. Seguidamente hurga en el bolsillo de la chaqueta del cadáver y extrae el frasco con el líquido azul, lo abre y se lo bebe. Después recoge todas sus cosas y se marcha de la Agencia.
Al cabo de unos minutos la herida de bala en la sien de Utnapishtim desaparece y este abre los ojos. Tras levantarse lo primero que hace es buscar en el bolsillo de su chaqueta, pero no encuentra el frasco. Alza las manos con los puños cerrados y exclama:
—¡Por fin he encontrado a mi pareja ideal!